Más independencia, menos prisa
La población ha interiorizado el nuevo nombre de la plaza de la Constitución
Los turistas que visitan el Barri Vell de Girona tienen desde hace meses nuevos elementos en los que fijarse. Lazos amarillos, estelades y pancartas a favor de la libertad de los políticos encarcelados que lucen en fachadas de edificios históricos, en balcones, en farolas... han sido asumidas con normalidad por la ciudadanía pero llaman la atención de los visitantes que llegan a uno de los reductos judíos mejor conservados de Europa. El guía israelí On Tal explica que muchos compatriotas le interpelan preguntándole qué son todos esos lazos. “Les digo que son un signo a favor de la libertad de los políticos que están presos y de la vuelta de Carles Puigdemont a casa”.
Todo este despliegue reivindicativo en el Barrri Vell es un ejemplo de un sentimiento muy extendido en amplias zonas de la ciudad. En Girona, el 62% de electores votaron partidos independentistas en las elecciones del 21-D. Y en zonas como el Barri Vell, el porcentaje se eleva hasta 73%. El profesor de Comunicación Política de la UdG Pau Canaleta sostiene que el viraje hacia estas opciones se ha intensificado en los últimos veinte años: “Girona ha pasado de ser una ciudad nacionalista y muy catalanista a ser una de las ciudades medianas de Catalunya donde el independentismo está más arraigado”.
Un sentimiento que ha ido “in crescendo” en los últimos años, según constata Joan Matamala, presidente de la Fundació Llibreria Les Voltes y hermano de Josep Maria Matamala, el empresario que ha acompañado a Carles Puigdemont desde su marcha a Bélgica. “La actitud del Gobierno español ha ayudado a crear independentistas y la gente se expresa con menos miedo y más convicción, se han desmelenado”, dice.
No es extraño, pues, que en el espacio público sean muy visibles unos símbolos cuya presencia se va reduciendo a medida que uno se aleja del centro y que son una auténtica rareza en barrios como Taialà o Pont Major, donde CiuPDeCat, tadans fue la fuerza más votada, e inexistentes en otros como Font de la Pòlvora o Vila-roja, donde una pancarta reza “Bienvenidos a España. Som catalans y somos españoles”. Es otra Girona.
No es este el único cambio físico que ha experimentado la ciudad en el último año. El nomenclátor cuenta con una incorporación y una supresión sonadas: la plaza de la Constitución fue rebautizada con el nombre U d’Octubre del 2017 después de que el ERC y la CUP lo aprobaran en un pleno municipal. Un cambio que levantó ampollas en los partidos de la oposición y que ha llevado al partido Vox a presentar una querella contra la alcaldesa, Marta Madrenas, por incitación al odio. Una placa situada en la plaza, bajo la escultura en bronce de una niña (la modelo nació el mismo día de la Constitución y la pieza era un símbolo de la carta magna) recuerda “la brutal agresión” que sufrieron los ciudadanos de Girona por parte de la Guardia Civil el 1-0 cuando se vivieron escenas de mucha tensión en centros de votación.
Más allá de la polémica, el nuevo nombre ha terminado calando entre la población. Preguntamos al azar a diez personas si saben dónde está esta nueva plaza: nueve aciertan. Son niños, ancianos, hombres, mujeres, con lazo y sin lazo, castellanohablantes y catalanohablantes, independentistas y no. “No me gusta, pero lo respeto”, explica casi a la carrera una vecina no independentista que no quiere dar su nombre.
Sentado en uno de los peldaños de la plaza desayuna Eudald Carreras, votante independentista, becario en la administración pú- blica. Tiene 28 años y asegura que intenta ver siempre las dos caras de la moneda: “Puedo entender a los que ponen lazos y también a los que se oponen, pero no a los que los destrozan”. Sobre las llamadas hojas de ruta que se marcaron en su día las fuerzas soberanistas para conseguir la independencia de Catalunya opina que el 1-O sirvió para “constatar que los plazos son absurdos”. “Mentalmente tenemos asumido que somos un país y que funcionamos como tal, pero administrativamente no lo somos. Seguimos dependiendo del Estado, igual que el hijo adolescente que depende de la paga de sus padres”, explica este joven que ve más cerca el regreso de Puigdemont a Girona que una hipotética independencia.También anticipa un “costoso camino hacia la independencia” el empresario Francesc Gaitx, que sostiene que sin un cambio en la Constitución no habrá un referéndum pactado. Eduard, abogado de profesión, considera en cambio que en un plazo de cuatro años hay opciones de cambio. Eso sí, siempre que Europa lo permita, según él. El independentismo parece haber dejado atrás el lema ‘tenim pressa’ que tanta fortuna hizo.
Entre los gerundenses no independentistas, el procés parece importar menos que los problemas de la vida cotidiana. Adela Castillo y Antonio Corbacho hacen notar que en su barrio, Font de la Pólvora, se han malacostumbrado a vivir sin luz por culpa de plantaciones ilegales de marihuana que se apoderan ilegalmente de la energía de los que sí la pagan. Josep, vecino del barrio de Sant Narcís que se considera apolítico, enumera las que considera que deberían ser las prioridades de la clase política: trabajo, vivienda, educación y salud.
La alcaldesa de Girona se ha mostrado abiertamente independentista desde que asumió el cargo pero sus actuaciones se han radicalizado desde el 1-O: el pleno del Ayuntamiento ha declarado al rey Felipe VI y al exdelegado del gobierno del PP Enric Millo, personas non gratas, cambió el nombre de la plaza de la Constitución y rompió relaciones con la Fundación Princesa de Girona al no ceder el espacio habitual para la entrega de los premios que concede la entidad. Una forma de actuar que para muchos, incluso para algunos de sus votantes, es “de cara a la galería”, aunque también tiene acérrimos defensores. Ahora bien, cuando se les pregunta por alguna actuación destacada que haya llevado a cabo en la ciudad, predomina el silencio.
“El 1-O sirvió para constatar que marcarse plazos en la independencia es absurdo”