Contra la confesión
La Comisión Nacional para las Mujeres de India ha propuesto al Ministerio del Interior del país que tome medidas para abolir la “costumbre” de la confesión de los católicos. Se basa en que, supuestamente, dos religiosos habrían chantajeado psicológicamente a dos mujeres aprovechándose de su condición de confesores. Por otro lado, hace unos meses la Asamblea Legislativa de Australia aprobó una ley que obliga a los sacerdotes a violar el secreto de confesión en casos de abusos sexuales.
La decisión australiana y la propuesta de India –sean o no ciertas las acusaciones referidas a los dos religiosos– atacan directamente la libertad religiosa y de forma muy particular al sacramento de la penitencia. A lo largo de la historia no pocos sacerdotes han dado su vida por negarse a violar el secreto de confesión.
Son iniciativas políticas graves, pero no dejan de ser casi irrelevantes, peccata minuta, comparadas con la hostilidad interna contra la confesión. Porque el acoso externo a la Iglesia raramente la hace peligrar. Lo peor es la infección o la defección interna. Los confesionarios desaparecieron hace décadas de gran parte de los templos, tampoco hay otros espacios físicos para administrar este sacramento, ni horarios dedicados a confesiones, ni se recuerda nunca a los fieles la importancia del sacramento de la penitencia. Como mucho, y no en todas partes, una vez o dos al año hay una celebración comunitaria de la penitencia, no siempre seguida de confesión individual y secreta como está previsto. Los mismos sacerdotes no se confiesan, y a catequistas que llevan años preparando niños de primera comunión les he oído decir sin ningún rubor que ellos no se han confesado nunca.
La praxis de muchas parroquias choca con las imágenes de los papas confesando en el Vaticano o en actos multitudinarios como las Jornadas Mundiales de la Juventud. A veces el Papa no es confesor, sino penitente.
El magisterio de los últimos papas no ha variado. Juan Pablo II reiteró en infinidad de ocasiones la necesidad de la confesión y hasta emitió en el 2002 un motu proprio en el que decía que la confesión individual y la absolución “son el único modo normal” de los fieles para la reconciliación con Dios. El papa Ratzinger dijo a los sacerdotes: “No os resignéis jamás a ver vacíos los confesionarios”
Los confesionarios desaparecieron hace décadas de muchos templos, sin horarios para este sacramento
y “no podemos predicar el perdón y la reconciliación si no los experimentamos personalmente”. El papa Francisco ha reiterado que hay que confesarse, dedicó el año 2016 a la misericordia que incluía el sacramento de la penitencia y con su directa y pedagógica pastoral ha explicado que está encantado ante la sencilla, directa y concreta confesión de los niños, recordando que ir a confesarse no es asistir una sesión de psiquiatría ni entrar en una sala de tortura.
Conclusión elemental es que la mayoría de los sacerdotes de Catalunya y otros lugares de España desoyen sistemáticamente las enseñanzas del Papa, al menos en este aspecto.