El arte como experiencia inmersiva
El éxito de la exposición virtual sobre Klimt y Schiele en el Atelier des Lumières de París visibiliza un fenómeno creciente
Inmersión en lugar de visita; realizadores y no comisarios; exposición digital para unos, virtual para otros; confrontación del pasado y experiencias contemporáneas; alineación de los gigantes de la economía desmaterializada, los GAFA (Google, Apple, Facebook, Amazone...) y alienación de geeks, los enganchados de la tecnología.
Todo eso y más cabe en una revolución nacida un siglo después de la que reunió fotografía e impresionismo, preludió a cine y abstracción, cubismo y televisión, nueva figuración y vídeo. Si la foto se hizo arte con Man Ray, el vídeo encontró en Nam Jun Paik su Picasso. Pero el último temblor de tierra, porque afecta a las sacrosantas arcas de museos y fundaciones, es parisino.
Si con su casi millón y medio de visitantes en el 2017 la Fondation Vuitton desafió las cifras del Louvre, primer museo mundial en frecuentación, ambas instituciones tienen ahora un rival de talla, virtual. Con el agravante de que surgió en un barrio parisino alejado de los ejes turísticos.
En efecto, el triunfo fenomenal –210.000 visitantes el primer mes– del Atelier des Lumières (taller de las luces), “primer centro de arte digital de París”, que abrió en abril con una exposición de Gustave Klimt (1862-1918), Egon Schiele (1890-1918) y el movimiento secesionista vienés, tiene agitado al sector.
Por paredes, suelos, cielo raso –a diez metros de altura– desfilan 3.000 imágenes, movilizadas por 140 videoproyectores láser. ¿El público? Habituales de museos, algo sobrepasados, y neófitos relajados: la imagen suscita en ellos lo que los condicionamientos de Pavlov en los perros. Y tan confiados como quienes debutaron, en 1977, como público de arte gracias al disruptivo Centro Pompidou.
Cuatro décadas más tarde, el 5 de diciembre del 2017 surgió en la red Universal Museum of Arts (UMA), con un primera exposición sobre
Los mitos fundadores del arte. Objetivo: “Convertirse en el lapso de tres años en el primer museo del mundo en número de visitas, gratuito y accesible a quien disponga de un ordenador, tableta, smartphone, en cualquier rincón del mundo”.
Sus creadores recuerdan que “la Tate ya colabora con HTC para recrear el taller de Modigliani, Snapchat distribuye en ciudades esculturas monumentales en realidad aumentada, Google pone su street
view al servicio de las instituciones culturales y la BBC inaugura un estudio en realidad virtual. El proyecto de UMA es el de una programa- ción vasta y de calidad para volver accesibles el arte y su historia”.
Pero el Atelier no sólo es un espacio concreto sino que está en el distrito 11 de París, del que los turistas sólo visitaban la tumba de Jim Morrison en el cementerio del Père Lachaise. Además, parte del distrito fue la geografía de los atentados de noviembre del 2015, que vació terrazas. Por eso, el Atelier des Lumières, con sus 3.300 metros cuadrados, enormes para la capital, en lo que fuera una fundición, provocó un renacimiento. Sus más de cinco mil clientes diarios lo son, también, de bares y restaurantes aledaños.
Detrás del Atelier, Culturespaces. Y su fundador, Bruno Monnier, rodado ya: en marzo del 2012 abrió Carrières de Lumière (canteras de luz), impresionante marco natural en Baux de Provence, por donde se pasean 600.000 visitantes anuales. Actualmente, Picasso et les maîtres espagnoles les propone “una deambulación por el arte español del siglo XX”, aunque admite desmesuradas imágenes goyescas.
“El papel de un centro artístico es
El vocabulario cambia: inmersión en lugar de visita, realizadores y no comisarios, virtual para unos y digital para otros
el de romper barreras, y por eso lo digital y sus exposiciones monumentales protagonizarán las muestras del siglo XXI”, explica Monnier. ¿Su intención? “Suscitar emociones. Y alternar pedagogía de la historia del arte, como ahora la de la Secesión, y descubrimiento de arte digital contemporáneo”.
Así, Renato Gatto y Massimiliano Siccardi, que se presentan no como comisarios sino como realizadores, porque su cometido fue el de programar la proyección de imágenes de la muestra del Atelier, se jactan de que “gracias a la desmaterialización de las obras de arte permitimos a quienes no han pisado jamás el Palacio de la Secesión, en Viena, descubrir las imágenes icónicas del movimiento”.
En este 2018 las instituciones francesas se han puesto a nivel, para refrendar el carácter imparable de la novedad. Para saldar su deuda con creadores locales como Miguel Chevalier, pionero en los 1970 del recurso a la tecnología para su creación artística, el Grand Palais presentó un completo Artistas y robots, que revisaba la irrupción de la IA (inteligencia artificial) y las dudas que suscita. Por ejemplo, sobre los derechos de autor.
“El siglo XX había desplazado los límites de la pintura lo más lejos posible; había que ocupar nuevos territorios”, explicaba Chevalier en la presentación de aquella muestra, de la que es uno de los actores.
En París, la Fondation EDF (Electricité de France) le pisó los talones con La belle vie numérique! (¡La hermosa vida digital!) y ahora con Data (por la información que aportan involuntariamente teléfonos y ordenadores). A su vez, el Centro Pompidou añadió Coder le monde (Codificar el mundo, hasta el 27 de agosto), con dos instalaciones de Ryoji Ikeda, un artista japonés. Asociadas por primera vez, presentan el programa Continuum. En lenguaje binario informático, Ikeda crea un entorno visual y traduce datos en lenguaje sonoro.
Ya punteros en animación, los franceses se apuntan a la vanguardia tecnológica en arte. Conjugada en un presente en el que la realidad virtual, la realidad aumentada o la fabricación de objetos y alimentos en tres dimensiones son pan cotidiano para gentes como Louis Bonichon, director de la agencia Mnstr, que participa en la creación de proyectos artísticos. “El creador hoy –asegura Bonichon– no está limitado por un marco. Puede combinar a su antojo imaginario y realidad”.
Fuera de París, de Chartres a Metz y de Aviñón a Lyon, una misma efervescencia. El Musée des Confluences, en Lyon, es, por ejemplo, una de las cinco instituciones asociadas con Google, Arts & Culture. Y 9 de cada 10 búsquedas pasan por Google.
Numerosos museos e instituciones francesas apuestan ahora mismo por ser la vanguardia tecnológica en arte