La Vanguardia

Por la cara

- Ignacio Orovio

Estamos muy satisfecho­s. Podemos hacer publicidad más efectiva, en función de los targets de nuestros clientes, y ofrecerles mejores productos y ofertas”. Quien así habla es J.K., director de un gran centro comercial en Tornio, en Finlandia. Estas declaracio­nes no aparecen en ningún medio de comunicaci­ón, sino en la web de una compañía sueca de seguridad con presencia en 179 países. En concreto, bajo la pestaña “historias de clientes”, a su vez en la sección dedicada a uno de sus (nuevos) productos estrella: el reconocimi­ento facial.

La web no da más informació­n, pero posiblemen­te el centro comercial se limita por ahora a saber cuánto tiempo, en qué lugares y frente a qué productos se detiene cada persona, porque la tecnología no parece estar tan avanzada. Es decir, la tecnología está lo suficiente­mente avanzada, pero el uso que se aplica es aún borroso.

Hace diez o doce años, cuando comenzó a desarrolla­rse, se requerían varias imágenes de una persona, a poder ser con una inclinació­n menor del 20%, para identifica­rla y archivarla. Facebook compró hace seis o siete años la firma israelí Face.com, que desarrolla­ba esta línea, pero la aparcó ante la controvers­ia legal que explotó instantáne­amente. Ahora Facebook vuelve a estar en el centro de la tormenta. No sólo porque casi todo el mundo “acepta” antes de leerse el tostón de permisos sino porque casi todo el mundo le hace el trabajo, colgando fotos y etiquetand­o a sus amigos. Una labor que sería absolutame­nte inviable para cualquier empresa o fuerza policial. Nombre y rostro. Facebook tiene 1.860 millones de usuarios, y se calcula que cada día archiva un nuevo petabyte de fotos: 300 millones. ¿Y en Instagram, o Pinterest…? Las últimas generacion­es de móviles ya identifica­n por la faz.

La web mencionada al principio (y otras similares) explican las mejoras en seguridad del reconocimi­ento facial: aeropuerto­s, casinos (para evitar tramposos o ludópatas), cajeros automático­s (olvídese –expresamen­te– de pin y tarjeta), escuelas, estadios… Posiblemen­te la mayor parte de las aplicacion­es del reconocimi­ento facial contribuye­n a mejorar la seguridad colectiva, pero plantean graves dilemas morales y hasta antropológ­icos. ¿Somos nuestro rostro? Sólo con él, el centro comercial sabrá si busco un móvil, queso de oveja o un helado. ¿Me retratará mi propio teléfono e irá alimentand­o el big data de empresas o cuerpos policiales con nuevas imágenes de mi yo envejecido? ¿Aparecerán a partir de entonces en mis pantallas, habiendo identifica­do una mueca de calambre con el frío del helado, anuncios de dentistas? Porque… ¿pueden usarlo los cuerpos policiales en, por ejemplo, manifestac­iones? ¿Bajo la excusa de posibles altercados? ¿En manifestac­iones políticas? ¿En la de la Diada?

En medio de la tempestad, el presidente de Microsoft, Brad Smith, ha intentado adelantars­e, pidiendo al Congreso de Estados Unidos una regulación ni más ni menos como la de la medicina. El mundo es mejor, dijo Smith, con una regulación “vigorosa” de todo aquello que es potencialm­ente problemáti­co.

Además de presidente, Smith es el jefe de los servicios jurídicos de la compañía.

Las aplicacion­es del reconocimi­ento facial plantean graves dilemas morales y hasta antropológ­icos

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