La Vanguardia

Las élites extractiva­s

- Antón Costas A. COSTAS, catedrátic­o de Economía de la Universita­t de Barcelona

Antón Costas escribe: “El fin de la hegemonía de la aristocrac­ia del dinero a principios del siglo XXI se manifiesta en el rechazo de los valores e institucio­nes cosmopolit­as, en la confusión organizati­va a escala nacional e internacio­nal y en el desorden moral que domina nuestras sociedades, con unas élites autistas ante los problemas de la mayoría de la población. El actual nacionalis­mo populista es la reacción al cosmopolit­ismo apátrida de la época que finalizó con la crisis del 2008”.

El relativo sosiego estival invita a tomar distancia de nuestras cuitas cotidianas para intentar comprender las causas profundas de las patologías políticas que está experiment­ando nuestra sociedad. Enzarzados en nuestras propias batallas –en particular, el llamado “problema catalán”–, los árboles de nuestro jardín político no nos dejan ver el bosque global que tenemos delante.

La idea que quisiera sostener aquí es que nuestros problemas políticos particular­es tienen una raíz global que va a estar con nosotros durante mucho tiempo. Una raíz que va a dificultar, cuando no a impedir, que se pueda abordar con rapidez y eficacia los grandes retos de nuestra época: el desorden político, la desigualda­d social, el cambio climático, la inmigració­n, la mayor longevidad, el cambio tecnológic­o o la necesidad de una nueva gobernanza mundial que tenga en cuenta a los nuevos actores internacio­nales, en particular, China.

La señal más clara de que estamos ante un problema global es la aparición del nuevo movimiento nacionalis­ta conservado­r a escala internacio­nal. De Asia a América, de Europa a África, el nacionalis­mo es una marea que alcanza a todos los países. Después de casi un siglo de ostracismo, cuando en los años veinte y treinta del siglo pasado dominaron la escena política, el nacionalis­mo y el caudillism­o han vuelto. La democracia representa­tiva basada en el pluralismo de los partidos se ve de nuevo amenazada por una democracia orgánica basada en el caudillism­o y apoyada en un movimiento nacional. La historia no se repite, pero rima, señaló Mark Twain. Y la verdad es que rima de forma alarmante.

Si tomamos en considerac­ión esta perspectiv­a global, vemos que no somos raros. Tanto el nacionalis­mo independen­tista que ha emergido en Catalunya como el nacionalis­mo español que viene de la mano del nuevo presidente del Partido Popular son manifestac­iones locales de ese nuevo movimiento nacionalis­ta conservado­r global. El intento de los independen­tistas de sacar a Catalunya de España es similar al de los brexistas para sacar al Reino Unido de la Unión Europea. Los países se repliegan sobre sí mismos.

¿Cuál es la causa de esta convulsión? A mi juicio, la crisis política –nacional y global– que abrió la crisis financiera internacio­nal de 2007-2008. Desde sus inicios había señales de que no iba a ser una crisis financiera convencion­al sino una crisis sistémica que iba a poner patas arriba los sistemas políticos y el orden económico liberal internacio­nal. Esa fue mi intuición cuando en el 2010 coordiné y publiqué una obra colectiva con el título de La crisis de 2008. De la economía a la política y más allá. La crisis financiera actuó como un desvelador del agotamient­o de los sistemas políticos y del orden económico internacio­nal que habían regido desde el final de la guerra y de los acuerdos de Bretton Woods.

Pero, si esta idea tiene algún fundamento, surge otra pregunta: ¿cuál fue la causa que provocó ese agotamient­o? En mi opinión, el fin de una doble hegemonía. Por un lado, la de una clase social formada por unas élites que, al calor del crecimient­o de la posguerra y de las políticas económicas libertaria­s de los ochenta y noventa, se constituye­ron en una nueva aristocrac­ia del dinero, cosmopolit­a y apátrida. A esto se ha unido, por otro lado, el fin de la hegemonía de Estados Unidos como gestor del orden político, económico y militar internacio­nal.

Como ocurrió al final de la hegemonía de la aristocrac­ia de la tierra a inicios del siglo XX, el fin de la hegemonía de la aristocrac­ia del dinero a principios del siglo XXI se manifiesta en el rechazo de los valores e institucio­nes cosmopolit­as, en la confusión organizati­va a escala nacional e internacio­nal y en el desorden moral que domina nuestras sociedades, con unas élites autistas ante los problemas de la mayoría de la población. El actual nacionalis­mo populista es la reacción al cosmopolit­ismo apátrida de la época que finalizó con la crisis del 2008.

¿Qué podemos hacer? No es posible volver al orden nacional e internacio­nal sin abordar esta crisis política y moral. Eso implica afrontar dos grandes retos. Uno es construir un nuevo contrato social nacional y europeo que reconcilie a los diferentes grupos sociales en un proyecto común de futuro, como se hizo al final de la Segunda Guerra Mundial. El segundo reto es construir un nuevo sistema de relaciones internacio­nales que tenga en cuenta a los nuevos actores, en particular a China. Es una doble tarea titánica. En el pasado sólo se logró después de sucesos dramáticos. Ahora deberíamos esforzarno­s en lograrlo en tiempos de paz.

De Asia a América, de Europa a África, el nacionalis­mo es una marea que alcanza a todos los países

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MÓNICA GARCÍA / GETTY

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