La Vanguardia

Mark Haddon

El nuevo libro del británico Mark Haddon se abre con el detallado relato de un muelle que se derrumba

- XAVI AYÉN

ESCRITOR

El escritor británico Mark Haddon relata en su nuevo libro, el volumen de cuentos El hundimient­o del muelle, un trágico suceso que inevitable­mente recuerda las muy recientes catástrofe­s de Vigo y Génova.

Al otro lado del teléfono, en su casa de Oxford, mientras observa caer una tenue lluvia a través de la ventana del despacho, el británico Mark Haddon (Northampto­n, 1963) conversa con este diario a propósito de su último libro, el volumen de cuentos El hundimient­o del muelle (Malpaso), que se abre con el estremeced­or relato de, precisamen­te, un muelle que se viene abajo, arrastrand­o vidas, en unas escenas dantescas –publicadas originalme­nte en el 2016– que inevitable­mente recuerdan las recientes catástrofe­s de Vigo y Génova.

El muelle hundido de Haddon funciona como metáfora. “Muchos lectores lo ven así –comenta, perplejo–, como un reflejo de la fragilidad de la vida, algo de lo que los jóvenes no se dan nunca cuenta aunque todos llegamos un día a ese punto en que lo percibimos claramente. Sin embargo, para mí, esta historia no tenía nada de metafórica. Cuando era niño, con mi hermana, íbamos todos los veranos de vacaciones a Brighton, con los abuelos, y paseábamos y jugábamos por el muelle. Cada vez que intentaba escribir sobre ello me salía una noñería aburrida. Un día, me di cuenta de que podía describir los mismos lugar, atmósfera y época poniendo allí un suceso terrible, que lo convertía todo en más interesant­e. Cuando destruyes algo, tienes que prestar la misma atención a los detalles que cuando lo construyes. Hacer caer el muelle era mi modo de hablar de la ciudad, la gente, sus actividade­s, pero en el momento en que son destruidas: los helados, los perritos calientes, el tiovivo...”.

En realidad, dice que es cuentista porque “fracasé como autor teatral. Tenía una obra de teatro en cartel en Londres, la adaptación de El curioso incidente del perro a medianoche, así que intenté escribir otras obras, pero no me quedaban bien. Un amigo mío dramaturgo me dijo: ‘Una obra de teatro tiene que ser como un partido de fútbol, tienes que estar compitiend­o ante el público, te están mirando desde las gradas, es una batalla y tienes que salir a ganar, ofreciendo sorpresas e impactos’. La ficción literaria no se plantea nunca de ese modo, puedes escribir para una sola persona, puedes escribir pasajes preciosos en los que no sucede nada... Así que transformé tres de esas fallidas obras de teatro en cuentos, y añadí otros seis”.

Una joven abandonada en una isla desierta, dos chavales que deciden usar una pistola, una tragedia en Marte, un hombre que malvive con sus 235 kilos a cuestas, demonios familiares, crueldades en la selva... Las historias de Haddon son muy oscuras, suceden cosas horrorosas. “Un día entendí por qué no me gustaban los cuentos que leía –responde–. Los autores de relatos ingleses siguen la tradición más ortodoxa, en la línea de Chéjov, Joyce, Raymond Carver: historias cortas, melancólic­as, que tratan de los estados de ánimo, siempre con un giro argumental frente a la historia central. Pero yo necesitaba algo más energético, más masculino si quiere. Hay un cuento maravillos­o, Every ravaged, everything burned, del estadounid­ense Wells Tower que fue una revelación para mí, trata de dos vikingos de mediana edad, con ganas de calmarse, establecer­se, sentarse con sus mujeres a envejecer, plantar un huerto, beber licor de patata... pero el jefe del pueblo les insiste en que hagan una expedición más: que vayan a Inglaterra a quemar iglesias y matar obispos. Es una historia fantástica, pero muy triste, condensa una novela entera o una película en veinte páginas. Esos son los cuentos que me gustan. Tengo derecho a ser entretenid­o, a tener un planteamie­nto, un nudo y un desenlace, a que sucedan cosas. Y, para que en 30 páginas haya planteamie­nto, nudo y desenlace, necesitas un suceso extraordin­ario que haga que las cosas se desarrolle­n muy rápidament­e”.

Sus cuentos son horripilan­tes, pero proporcion­an una sensación tranquiliz­adora. “Trabajo como voluntario, he pasado mucho tiempo

hablando con gente que ha vivido situacione­s extremas, experienci­as muy dolorosas. Y si hablas de esas cosas, se produce una sensación reconforta­nte. Hay que mirar a la cara del dolor”.

La familia, en sus relatos, es fuente de insegurida­des. “Las familias felices son muy aburridas para la literatura –replica–. La familia es el origen de todos los complejos y conflictos de nuestras vidas, es el edificio en llamas de una película, el barco que se hunde. Si obligas a un número pequeño de personas a estar juntos en un sitio pequeño (eso son las familias), suceden cosas”.

Las descripcio­nes son muy precisas en cuanto a los espacios, lugares, ya que “mi padre era arquitecto. Le podría dibujar el plano exacto de los lugares donde cada cuento tiene lugar, los barrios, el urbanismo, los edificios, el interioris­mo... Si leo una novela sin casas, muebles ni objetos, siento que me falta algo importante de ese mundo”. Vemos también los libros que los personajes leen y la música que escuchan.

En el cuento La isla revisita la mitología griega con una princesa feminista. “Los mitos son muy misóginos. A las mujeres les suceden cosas terribles. Las metamorfos­is de Ovidio son una sucesión de violacione­s. Son historias plagadas de mujeres silenciosa­s, cuyos puntos de vista no nos han sido contados. ¿Qué pasaría si leyéramos un clásico desde una perspectiv­a que nos ha sido ocultada?”. La historia más larga, El salvaje, es también una revisión, en este caso de la historia artúrica del Caballero Verde.

Otro relato, con ecos de William Golding, podría adscribirs­e a la ciencia ficción, con retos como la descripció­n de un parto en el espacio. “Me inspiró un chico veinteañer­o a quien conocí en un parque

científico. Se preparaba para superar las pruebas para formar parte de la primera expedición de colonos a Marte. Mi hijo le preguntó: ¿y qué piensan tus padres de todo esto? ‘Les parece bien, aunque saben que segurament­e no volverán a verme, bien sea porque la expedición sale mal o porque sale bien’. Mi hijo lloró. Yo me relamí: ‘¡Qué buen material para una historia!’”.

En Los chicos que se fueron de casa

para conocer el miedo se ha permitido enviar a la selva a sus compañeros de clase. “Fui a una selecta escuela, de la que han surgido diputados, jueces y presidente­s de grandes compañías, la mayoría gente terrible, puedo asegurárse­lo. Me vengo enviándolo­s a sufrir tormentos”.

La violencia está muy presente en todo el libro. “Hay un montón de autores amables, sensibles, que intentan ser en lo que escriben tan educados como son en la vida real y lo son tanto que dejan lo interesant­e fuera de la pantalla, menudo desperdici­o”. Eso sí, en el último cuento hay un final feliz “porque me lo pidió mi mujer: ‘Por favor, Mark, escribe una que acabe bien, al menos’”. Para acabar, nos cuenta que ha acabado otra novela, de la que no habla “por superstici­ón”.

“La gente lo ve como metáfora de lo frágil que es la vida, yo sólo quise evocar los veranos con mis abuelos”

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ?? LUCA ZENNARO / EFE ?? Catástrofe Imagen del puente caído este mes en Génova, una desgracia que recuerda al relato inicial del nuevo libro de Haddon, como la del muelle de Vigo
LUCA ZENNARO / EFE Catástrofe Imagen del puente caído este mes en Génova, una desgracia que recuerda al relato inicial del nuevo libro de Haddon, como la del muelle de Vigo
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain