La Vanguardia

El violento rostro del socialismo

El Pacto de Varsovia aplastó con sus tanques hace 50 años el intento de apertura de la primavera de Praga

- GONZALO ARAGONÉS Moscú. Correspons­al

La llamada primavera de Praga terminó de la peor forma posible. Hace 50 años, en plena guerra fría, los líderes de los países del Pacto de Varsovia decidían en Moscú acabar de un plumazo con el sueño de libertad que Alexánder Dubcek había regalado a los checoslova­cos. Polonia y la República Democrátic­a Alemana (RDA) temían que el “socialismo con rostro humano” terminase saltando las fronteras y pasando a sus países. El Kremlin, por su parte, no quería que germinase la semilla del pluralismo político y terminase perdiendo el control.

La evidencia en los años sesenta de que económicam­ente se quedaban detrás de sus vecinos capitalist­as fortaleció las posiciones no tradiciona­les dentro del Partido Comunista de Checoslova­quia. Como consecuenc­ia, los reformador­es llegaron al poder. Su líder, Alexánder Dubcek, fue elegido secretario general del Comité Central del Partido Comunista en enero de 1968 en sustitució­n del hombre de Moscú, Antonin Novotny.

Los nuevos dirigentes impulsaron una leve reforma económica, eliminaron la censura y permitiero­n la libertad de expresión y asociación. En Moscú comenzaron a inquietars­e cuando vieron que se podría romper el monopartid­ismo. Dubcek se reunió con el líder soviético Leonid Brézhnev el 4 de mayo, pero no se entendiero­n.

La prensa soviética empezó a tirar de propaganda en julio, aprovechan­do las maniobras Black Lion que la OTAN preparaba para septiembre. El diario Pravda escribía el 22 de julio: “Las fuerzas del imperialis­mo sólo se paran con la solidarida­d del Pacto de Varsovia”.

Unos 250.000 soldados y 2.300 tanques de la URSS, Polonia, la RDA, Hungría y Bulgaria cruzaron la frontera checoslova­ca en la noche del 20 al 21 de agosto de 1968. Era la operación Danubio.

“Si no se toman las medidas más extremas, se puede desencaden­ar una guerra civil en Checoslova­quia y perderla como país socialista (...). No era fácil decidirse, pero se había perdido todo y no había otra salida”, escribió en sus memorias Piotr Shélest, miembro del politburó y uno de los impulsores de la invasión.

La URSS justificó la operación en una supuesta petición de “hombres de Estado checoslova­cos”. En las primeras horas de la intervenci­ón murieron un centenar de civiles. Miles de personas se habían echado a las calles para mostrar su protesta.

El ejército detuvo a los dirigentes checoslova­cos y el día 22 los envió a la URSS. Con la excepción de Frantisek Kriegel, todos firmaron el protocolo de Moscú, aceptando parar las reformas. Además, Checoslova­quia se sometía a la tutela soviética y a una ocupación militar temporal.

Dubcek siguió en el poder medio año más. Pero el sueño tuvo que aplazarse veinte años, cuando la revolución de terciopelo llevó la democracia a Checoslova­quia, que en 1993 se escindió en dos países: la República Checa y Eslovaquia.

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