La Vanguardia

Escapar de la belleza

- Maricel Chavarría

Es tan guapo que prefiero observarle a contraluz, así no me entero de si me mira. Está acodado en una escueta barra vip de los Jardins de Peralada. Con la derecha sostiene un vaso de cerveza cuyo tono ocre brilla en la oscuridad y me recuerda a Hitchcock y la famosa escena del vaso de leche con bombilla. Es curioso cómo la mente deriva en un tema cualquiera para escapar de la belleza.

Levanto un poco el móvil y doy un toque a la pantalla, que no acaba de encontrar el enfoque. Está oscuro. Hace horas que anocheció, así que disparo un par de veces con impacienci­a... Uy, creo que se ha dado cuenta. Debo de estar demasiado cerca, y resulta absurdo no comunicars­e. Sería más correcto poner a prueba su inglés –será mejor que mi inexistent­e ruso–, conversar sobre su actuación y pedirle una selfie. Hoy en día es apropiado.

Pero lo que busco es robar un instante, captarle sin más, ajeno a mí, con su melena rubia, su frente despejada, sus labios perfilados, su alma antigua y esa mirada... Tiene aspecto de haber nacido cuando la URSS perdía su nombre.

Vamos a ver, si fuera otro bailarín, dispararía y me iría. Lo tengo, ya está, véanlo en mi Instagram @maricel_ chavarria. Pero Denis Rodkin es magnético. No puedo ni pensar en separarme dos metros de él; tampoco acercarme. Soy una pringada. Y en estas, llegan dos mujeres muy arregladas que parecen no haber cumplido los sesenta. Han asistido al ballet y vienen dispuestas a pedir una selfie a Rodkin y al colega que charla con él en la barra. Se las ve tranquilas, desinhibid­as. Una de ellas tiende una minicámara a la otra y se coloca a la vera de los bailarines. Ellos no alteran su postura, siguen impertérri­tos con su sonrisa irónica, aunque se diría que les va la cámara. Ellas hablan entre sí: no, así no, el otro botón. Espera, no ha salido bien. Hacemos otra. ¿A ver? Pues oye, no me sale. No me digas. Es que no le has dado aquí. Ah, claro. Ponte que hago otra. Déjame ver. Uy, estoy horrible, hazla de nuevo...

Me ruborizo. Me suben los colores. Creo que me he tragado la bombilla de Hitchcock. Me quiero volatiliza­r.

Sin embargo, hay algo de esta situación incómoda que me parece sano: dos mujeres maduras en un entorno chic intentan sin éxito fotografia­rse con un par de muchachos de muy buen ver que más bien pasan de ellas...

Hace diez o quince años eso habría sido impensable. ¿Dos mujeres en sus 50 largos? Se habrían sentido ridículas o cuanto menos cuestionad­as. Y acaso ellos se habrían encargado de que así fuera. En cambio, en esta celebració­n posterior al show de Svetlana Zajárova, quienes se abstienen de hacer el ridículo son los hombres. Me doy cuenta de que no he visto a uno solo pidiendo una selfie a las guapas bailarinas del Bolshói que pululan por aquí. Y no será por falta de ganas. Sencillame­nte, no toca.

Habrá quienes digan que la culpa es del #MeToo. Pero me da a mí que la culpa la tienen los siglos de abusos de poder que acumula el sexo masculino. A mí, más aún que Time’s Up, me gusta la expresión Game over.

Me doy cuenta de que no he visto a un solo hombre pidiendo una selfie a las guapas bailarinas del Bolshói que pululan por aquí

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain