La Vanguardia

Secretario o general

- KOFI ANNAN (1938-2018) Premio Nobel de la Paz JUAN ANTONIO MARCH Exembajado­r ante la ONU-Ginebra 2004-2008

Conocí a Kofi Annan durante su segundo mandato en el 2005, durante mis días como embajador ante las Naciones Unidas en Ginebra. Eran días de agitación positiva en la gran organizaci­ón multilater­al que hasta ahora los hombres hemos sabido poner en pie, pues se estaba fraguando un importante paso adelante en favor de un mundo mas responsabl­e y cabal: la creación del Consejo de los Derechos Humanos.

Hasta el mandato de Kofi Annan, la ONU contaba con una Comisión de Derechos Humanos, que daba apoyo y fiscalizab­a la labor de un comisario específico. Pero esta comisión, como órgano menor, carecía del estatus suficiente para dar carta de relevancia al gran tema de nuestro siglo. Yo creo que ahora, en el triste momento de su partida definitiva, es el momento de reconocer a Kofi Annan su gran aporte para la historia, que fue poner en pie el único nuevo órgano que la ONU ha creado post 1945 y lograrlo en el área capital para una gobernanza mundial levantada sobre unos cimientos morales sólidos: los de la dignidad humana bajo la égida de los derechos humanos.

Concebido a semejanza del Consejo de Seguridad, pero aún de menor rango, aunque bajo esquemas más democrátic­os, Kofi Annan inspiró la idea de contar con un órgano superior que impartiera autoridad en el área que debe ser la espina dorsal de la construcci­ón de una sociedad humana global, a escala planetaria, superando fronteras, credos, costumbres, países y estados, y poniendo al hombre como ser único en el centro del nuevo orden mundial: los derechos humanos. Con ello puso la estructura para hacer avanzar sobre la realidad la pieza conceptual que la ONU aprobó en 1948: la Declaració­n Universal de los Derechos Humanos.

Más de 10 años han transcurri­do desde entonces, y el Consejo de los Derechos Humanos ha conseguido ir enraizando su existencia. Difíciles son los tiempos y difícil de gestionar es la gran diversidad humana con tan diferentes estados de desarrollo, y con intereses y expectativ­as tan contrapues­tas, pero debemos agradecer profundame­nte a Kofi Annan haber puesto en manos del hombre un instrument­o de gobernabil­idad real y concreto para el tema que debe guiar la base moral de su progreso en la modernidad: los derechos humanos.

Si hasta el siglo XX la humanidad necesitó miniestruc­turas colectivas para asentar la convivenci­a, pasando progresiva­mente de la tribu a la polis, de la polis a la nación y de la nación a las estructura­s regionales con soberanía compartida, el avance hoy de la ciencia pone al hombre como tal en el centro del desarrollo futuro y su única frontera, el planeta, en su globalidad.

Pero debemos contar con una argamasa que dé un orden global a una convivenci­a pacífica a escala planetaria a medida que fronteras y otras barreras desaparezc­an paulatinam­ente. La dignidad humana, concretada a través de una concepción compartida de los derechos humanos, aparece en el horizonte como la fórmula más convenient­e y consistent­e para aguantar con solidez una nueva interacció­n entre los humanos en los nuevos tiempos de la movilidad sin límites. Kofi Annan tuvo la lucidez no sólo de verlo, sino de concebir el instrument­o de autoridad colectiva para poder gestionarl­o. Otros deberán ser responsabl­es de dar la necesaria consistenc­ia al órgano creado, pero a él le debemos no sólo el concebirlo, sino también el haberle dado vida.

Su capacidad para comprender el futuro y dar a este una carta de naturaleza noble, creando dinámicas que nos lleven a pensar en grande, volvió a fraguarse cuando, como país, le propusimos hacer entrar el arte en mayúsculas en la ONU. En la sede de Ginebra había importante­s precedente­s de la relación entre España y el arte. Fue en el Palais des Nations donde tomaron refugio gran parte de los cuadros del Museo del Prado que salieron de España en los años finales de la Guerra Civil, y fue en Ginebra, justamente en la sala del Consejo Ejecutivo de la Sociedad de las Naciones, organizaci­ón precursora de la ONU, donde Josep Maria Sert ejecutó una de sus obras mayores. Tras los años de fractura en el interior de la ONU que supuso la guerra de Irak, España podía aportar un elemento de nueva entente e innovar en positivo. En el 2005, año en que se gestaba la creación del nuevo órgano de la ONU, el Consejo de los Derechos Humanos, Kofi recibió la idea con entusiasmo y dio la luz verde para que el nuevo órgano fuese presidido por una obra de arte capital, aunando así lo mejor de la ONU, su apuesta por los derechos humanos, con la expresión superior de lo mejor del alma humana, el arte. Fue así que Kofi Annan, el 15 de marzo del 2006, en la sesión inaugural del Consejo de los Derechos Humanos, anunció que este contaría en su sala con la mayor obra de arte que pudiese presidir los trabajos de la organizaci­ón. Fue así como la magnifica obra de Miquel Barceló, la cúpula incomparab­le, obra máxima del arte de este siglo, ha llegado a presidir los trabajos diarios que el conjunto de las naciones realiza sobre los cimientos morales de la modernidad: los derechos humanos.

Esta última decisión, hacer entrar el arte en mayúsculas en la ONU, vio su fruto tras el final de su mandato, pero Kofi Annan quiso marcar bien el valor e importanci­a de esta y su autoría, asistiendo a la inauguraci­ón de la cúpula del Miquel Barcelo el 18 de noviembre del 2018 junto al ya nuevo secretario general, Ban Ki Mun. La participac­ión de los dos secretario­s generales en el acto marcó bien el simbolismo y la importanci­a de lo que nuestro país había logrado con paso pionero en la ONU: que el arte, al igual que había entrado en los templos en el momento de esplendor del catolicism­o y en los palacios del Renacimien­to con el auge de la sociedad civil tras los siglos de oscuridad del medievo, entrase ahora en las estructura­s de las gobernanza mundial que la ONU por el momento capitanea. De nuevo Kofi logró marcar el paso de la ONU, señalando un camino lleno de grandeza.

Cenando con él hace unos pocos meses en Ginebra, donde vivía, le pregunté cómo podía resumir su experienci­a como secretario general de la ONU. Con mucha pausa y una mirada directa me dijo: “Sabes, unos países quieren que seas secretario y otras que seas general”. Él fue un gran general que, manteniend­o un temple y actitudes de digno secretario para evitar roces innecesari­os con los grandes estados, pudo hacer avanzar su caudal de ideas y su voluntad de transforma­r el mundo para bien.

Aprobó que su creación, el Consejo de los Derechos Humanos, lo presidiera la obra de Miquel Barceló

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SIMON MAINA / AFP

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