Ignasi Cambra, un gusto
El público de Santa Florentina celebra la musicalidad del pianista
Los recitales de piano no suelen estar –con excepción del festival de Sant Pere de Roda– muy presentes en las programaciones del verano clásico; sin embargo, Santa Florentina suele programar un par y con buena respuesta de público. En esta ocasión, una propuesta singular por la calidad y la sensibilidad: la del joven Ignasi Cambra, que, a partir de su proximidad a Maria João Pires, da pasos importantes en la configuración de un sonido propio, un toque sutil y muy expresivo y que ya muestra personalidad en la interpretación.
Su recital en Castell Jalpí incluyó obras de Chopin, Chaikovski y Rachmáninov, con un criterio que no apunta solo al necesario virtuosismo sino esencialmente a piezas muy expresivas y de buena claridad expositiva. Pensemos que salvo Rachmáninov, ya situado en otra esfera del devenir musical, tanto Chopin como Chaikovski componían fundamentalmente para el salón, y muy especialmente este último. Sus cinco piezas interpretadas por Cambra, del largo ciclo Las estaciones, son paisajísticas, muy bellas, con pinceladas de melancolía la dedicada al otoño, y las demás –también a escenas estacionales– son como postales con muy buena construcción que permitieron al pianista destacar sus cualidades de musicalidad y calidad, reflejando con naturalidad y expresión el color de cada una (agosto, septiembre, noviembre, diciembre). Aunque también para el salón burgués, Chopin se pone más serio en su música, y la interioridad de los tempranos Tres nocturnos op. 9 o de los excepcionales Cuatro impromptus conmueve. Y llama la atención en las versiones de Ignasi Cambra la sensibilidad de su sonido (siempre a pesar del aire libre del escenario), trabajando a fondo el rico contrapunto, con un fraseo nada amanerado, y el rubato necesario y un toque sutil y ágil no exento del virtuosismo que exige la Fantasía-impromptu. Excelente el n.º 3 del op. 51.
En este sentido de la destreza técnica y la expresión brillaron los Tres preludios (n.º 10 y 12 del op. 32 y n.º 7 del op. 23) de Rachmáninov con que concluyó el programa, trabajando los contrastes tan sensibles que caracterizan esta secuencia –ordenada por el propio pianista a su gusto–. En ella se muestra gran intérprete a pesar de su juventud, con una presión muy sutil en la producción del sonido, dulce o enérgico cuando cabe y nunca brusco, como es habitual en las escuelas rusas. Un recital en el que imperaron la musicalidad y el buen gusto.
Llama la atención en el joven pianista catalán la sensibilidad de su sonido, siempre a pesar de tocar al aire libre