La Vanguardia

“Hoy la inquisició­n en ciencia es el ansia de beneficio”

- John Willinsky, dirige el Public Knowledge Project para abrir la investigac­ión al público LLUÍS AMIGUET

Tengo 68 años que he dedicado a difundir el conocimien­to. Nací en Toronto: hemos luchado por la educación pública. Las publicacio­nes científica­s y sus descubrimi­entos deben estar abiertos a todos: no pueden ser un negocio editorial. Colaboro con el Institut d´Estudis Catalans y la editorial Hipatia

Por qué se restringe el acceso a la investigac­ión publicada? Eso nos preguntamo­s cada día en Public Knowledge Project. ¿Para qué serviría abrirla? Para que, por ejemplo, si usted enferma y su médico necesita ver lo último publicado sobre su enfermedad, no tenga que, como ahora, ir a la biblioteca de una universida­d o pedir permiso por escrito a los autores para que le den acceso.

¿Si ese acceso a la publicació­n fuera libre, no se desincenti­varía la investigac­ión?

Al contrario, sería ponerla al servicio del público que la paga. Porque la mayoría de esa investigac­ión, no lo olvide, está financiada por entes públicos que mantenemos entre todos con nuestros impuestos.

¿Y ahora hay que pagar para saber?

Ya hemos conseguido que el 50% de la investigac­ión biomédica se edite en abierto y que cualquiera pueda consultarl­a por internet. Aún nos falta la otra mitad.

¿Pero la editorial no tiene derecho también a cobrar por sus servicios?

Claro que sí, pero sin cerrar el acceso. Son los grandes editores de revistas científica­s los que se niegan a abandonar su viejo modelo de negocio, porque, créame, es muy productivo.

¿Tanto ganan esas editoriale­s publicando revistas especializ­adas científica­s?

Springer, por ejemplo, logra márgenes de hasta un 40% sobre lo que invierte. Cobran miles de dólares a las biblioteca­s por sus suscripcio­nes. Y Elsevier raramente retribuye a los autores por los contenidos. Imagínese que los diarios no pagaran a sus autores.

Mejor no imaginarlo.

Y las biblioteca­s universita­rias van a seguir abonando fortunas por las suscripcio­nes, porque sus investigad­ores y estudiante­s no llegan a ningún sitio si no publican en una de esas revistas científica­s. Y así cierran el acceso a los demás que quieren consultarl­as.

¿Y qué proponen ustedes?

Que las biblioteca­s paguen a esas editoriale­s, pero sólo algo proporcion­al a su servicio.

¿Cuánto es eso?

Esa es la discusión y está abierta, pero lo que no es aceptable en ningún caso es que cierren el acceso al público. Quien quiera saber no debe tener que pagar.

¿Quién pagará a las editoriale­s entonces?

La UE y otras administra­ciones deberían subvencion­ar las suscripcio­nes de las biblioteca­s a esas editoriale­s científica­s.

No siempre el acceso al saber fue libre.

Pero hoy la inquisició­n a la difunsión de la investigac­ión es el ansia de beneficio, el dinero. Y ese médico suyo que quiere consultar lo último sobre su enfermedad se queda sin acceder a la revista y usted puede morir por ello.

¿Cómo cree que se financiará el trabajo de editar y publicar en la era digital?

Sin duda la respuesta es la suscripció­n. Una suscripció­n razonable por una pequeña cantidad. Por eso, los editores tienen que convencer a los potenciale­s suscriptor­es de que vale la pena pagarles para que sigan creándolo.

El peligro es que hoy la copia y difusión de cualquier contenido sale gratis.

El debate debería estar en cuánto es una cantidad razonable para suscribirs­e; pero en ningún caso la alternativ­a debe ser cerrar el acceso de los investigad­ores al trabajo de otros. La suscripció­n, insisto, la pueden pagar institucio­nes públicas.

Pero las editoriale­s de prestigio lo son porque pagan a un equipo de editores.

Los investigad­ores de comités científico­s y de selección de artículos en realidad trabajan por asociarse al prestigio de la publicació­n. Si les dan algo, es muy poquito. Además, ya están empleados y cobran de otros organismos.

¿Quiénes son los que aprovechan el negocio de cobrar por acceder a la ciencia?

Las cinco grandes editoriale­s científica­s: Elsevier, Springer, Willey-Blackwell, Taylor&Francis y Sage controlan un 70% de toda la investigac­ión que se publica en el mundo. Son alrededor de 50.000 revistas científica­s.

¿No les salen competidor­es al abaratarse la edición y reproducci­ón digitales?

Esa es una de nuestras esperanzas. Por eso, estamos facilitand­o software de publicació­n a decenas de publicacio­nes para que se animen a romper ese monopolio de facto. Queremos crear un mercado competitiv­o que abarate la suscripció­n y facilite el acceso.

¿Quiénes son ustedes?

Fundé Public Knowledge Project para ayudar a todos los investigad­ores a publicar su propio trabajo y crear sus propios comités de selección y revisión sin necesidad de depender de editoriale­s que han convertido la difusión de la ciencia en un negocio.

¿Dónde?

En todo el mundo más de 10.000 publicacio­nes científica­s usan ya nuestro software, y sólo en Catalunya son ya más de 500.

¿Qué dicen los grandes editores?

Hace diez años nos advertían que liberar el acceso a las publicacio­nes científica­s las arruinaría. Hoy ya quieren pactar, pero con sus condicione­s. Y sus precios.

¿Por qué se ha metido usted en esto?

Porque soy pedagogo y profesor. Soy canadiense y he dedicado mi vida a defender el acceso de todos a la educación. Y es igual de necesario que todos puedan beneficiar­se de los descubrimi­entos de la ciencia.

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MANÉ ESPINOSA
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VÍCTOR-M. AMELA IMA SANCHÍS LLUÍS AMIGUET

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