“¿Cuántos nietos tengo?”
La anciana surcoreana acarició las mejillas surcadas por arrugas de su hijo norcoreano. “¿Cuántos nietos tengo?”, preguntó Li Keum Seom, de 92 años, a su hijo Ri Sang Chol, de 71. La última vez que lo tuvo en sus brazos él era un niño de cuatro años. La guerra de Corea de 19501953 rompió la familia: la madre y la hija, en el Sur; el padre y el hijo, en el Norte. “Nunca imaginé que llegaría este día –dijo la nonagenaria–. Ni siquiera sabía si estaba vivo”.
La distensión entre Pyongyang y Seúl ha permitido reanudar las emotivas reuniones de familias separadas desde hace más de seis decenios, interrumpidas hace tres años al escalar la tensión entre ambos países por el programa nuclear y balístico del Norte. Unas 90 familias pudieron abrazarse ayer en el complejo turístico norcoreano del Monte Kumgang, donde se prevé que los encuentros se sucedan hasta el miércoles.
Es una experiencia tan feliz como dolorosa: pasarán juntos sólo 11 horas, siempre bajo la supervisión de agentes norcoreanos, y para la mayoría, debido a su avanzada edad, será el primer y último encuentro.
Hubo lágrimas, risas y gritos. A algunos les costó reconocer a aquellos seres queridos que tanto han añorado. “¿Cómo es posible que seas tan vieja?”, le espetó Kim Dal In, de 92 años, a su hermana pequeña, Yu Dok, tras contemplar su rostro en silencio. “He vivido tantos años para poder verte”, contestó la anciana de 85 años, que sostenía una fotografía de su hermano de joven.
Cuando Han Shin Ja, una surcoreana de 99 años, se acercó a la mesa donde la esperaban, sus dos hijas, de 69 y 72 años, inclinaron la cabeza en señal de respeto. Luego rompieron a llorar. La señora Han trató de mantener la compostura. “Cuando tuve que huir durante la guerra...”, fue todo lo que logró decir antes de que la emoción la callara.
Las dos hijas, como la mayoría de las norcoreanas, lucían la indumentaria tradicional coreana, llamada en el Norte joseon ot y en el Sur hanbok. Todos los norcoreanos llevaban una chapa con el rostro del fundador del régimen, Kim Il Sung, o de su sucesor, Kim Jong Il, abuelo y padre del actual líder, el joven Kim Jong Un. A los participantes surcoreanos se les recomienda no hablar de política y centrarse en cuestiones personales, pero no siempre se consigue. Hace unos años, cuando se celebraron las primeras reuniones, algunos se quejaron de que sus parientes del Norte les habían sermoneado sobre las virtudes del régimen de los Kim.
Muchos surcoreanos llevaban regalos, medicamentos y comida para sus parientes del Norte. Mun Hyun Suk, de 91 años, traía ropa, cosméticos y medicinas para sus dos hermanas pequeñas. “Durante todos estos años, siempre que veía ropa bonita pensaba en lo guapas que estarían”, explicó la anciana.
Millones de coreanos quedaron separados de algún miembro de su familia en la guerra de 1950-53, que selló la división hermética de la península en el paralelo 38. Debido a que no se firmó ningún tratado de paz, el Norte y el Sur siguen, técnicamente, en estado de guerra, por lo que toda comunicación civil está prohibida.
Las reuniones de familias comenzaron en 1985, una vieja petición de Seúl que Pyongyang no ha dudado en suspender cada vez que las relaciones se han deteriorado. El tiempo corre, y los supervivientes de la guerra van muriendo. Si en el 2000 130.000 surcoreanos se inscribieron para participar en estos encuentros, ahora en las listas quedan 57.000. Según los datos del Gobierno, el 41,2% son octogenarios, y el 21,4%, nonagenarios. La selección se hace por lotería, y tienen prioridad los que nunca han participado en ninguna reunión, aunque a última hora algunos se retiran al descubrir que llegan demasiado tarde, pues sus padres, hermanos o primos ya han fallecido.
Lee Jong Shik, de 81 años, participó en el 2009 en una de estas reuniones esperando reencontrarse con su hermano pequeño, Ri Chong Song. Tuvo una gran decepción cuando un desconocido se presentó en su lugar. Ayer los hermanos pudieron al fin abrazarse.
Kim Jong Un y el presidente surcoreano, Mun Jae In, acordaron reanudar las reuniones en una cumbre en abril. Mun, que pertenece a una familia separada de la ciudad de Hungnam, en el Norte, ha fijado como una “alta prioridad” que los encuentros se multipliquen y se celebren de modo regular. “Es una vergüenza para ambos gobiernos que muchas familias hayan muerto sin saber si sus parientes estaban vivos”, ha declarado el presidente.
Familias de las
dos Coreas separadas por la guerra de 1950-53 se reúnen gracias a la distensión
La nonagenaria Li Keum Seom no veía a su hijo desde hace 67 años, cuando era un niño de cuatro