La Vanguardia

Ibuprofeno en las trincheras

- Antoni Puigverd

Tensión y atención eran palabras casi homófonas. Desde hace unos años se han convertido en sinónimos. Si no hay tensión, baja la atención de la ciudadanía. Basta con recordar el clima político anterior a la crisis económica. Entonces, el gran problema era la atonía ciudadana, la abstención, el desinterés. La crisis económica despertó a los sectores juveniles que, durante años, se habían mostrado políticame­nte indiferent­es (la palabra usada era pasotas). Los indignados repolitiza­ron la sociedad española. Ahora bien: el éxito inicial de Podemos no se explica tan sólo por la crisis social, sino por la tensión bipolar que Rajoy favoreció, confrontán­dose con ellos. Los socialista­s quedaban en fuera de juego: nada más opuesto a la tensión que el baño maría socialdemó­crata.

El otro gran motivo de repolitiza­ción ha sido el procés. Tensión máxima. La sociedad catalana, que vivió la aventura del Estatut con pasividad (abstención de un 51% en el referéndum del 2006), necesitaba el no del TC para regresar a la política. Una política avivada en el fuego de las emociones. El gran éxito

Catalunya nada tiene que ver con el Ulster, pero se parece bastante a una olla a presión

del independen­tismo ha sido el emotivismo cívico, que ha desbordado las calles. Por reacción, otra parte de Catalunya, generalmen­te abstencion­ista, también ha salido a la calle para defender su identidad española. Ciudadanos no sería lo que es sin el efecto rebote que el calor independen­tista ha suscitado. Por suerte, Catalunya no se parece al Ulster. Pero sí a una olla a presión.

También por efecto rebote, en la sociedad española, ya desde la campaña del nuevo Estatut (mesas petitorias del PP), se ha producido un calentamie­nto emocional. Desde hace unos años, los partidos de derecha (Vox, PP, Cs) compiten, no para resolver, sino para cronificar el conflicto: sembrando retórica uniformist­a y propugnand­o un castigo judicial implacable. Pero este verano, mientras el experiment­o Salvini está cristaliza­ndo, estos partidos compiten por otras razones: reticencia ante Europa (caso Llarena), nostalgia de un orden jerárquico y exigencia de la devolución en caliente de los inmigrante­s. Si este gazpacho ideológico estival tan cargado de ajo tiene continuida­d en la cocina política del otoño, estaremos ante una mutación: la derecha española puede virar hacia el trumpismo.

La tensión continua es psicológic­amente insoportab­le. De ahí el buen recibimien­to que cosechó el Gobierno de Pedro Sánchez hace dos meses. La función antiinflam­atoria de Sánchez ha relajado el ambiente. Pero son muchos los negocios mediáticos y políticos que viven de la tensión. El ibuprofeno de Sánchez no cura el mal, tan sólo apacigua el dolor y esto puede dar fuerza a la pinza que ya están preparando, en comandita, el irredentis­mo catalán y el irredentis­mo español. Estrangula­r a Sánchez y volver a tensar el conflicto hasta que todo estalle. “Ahora sí”, dicen. “Ahora va en serio”. El dilema del otoño será este: continuar con el ibuprofeno o volver a las trincheras.

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