El ataque de Cornellà
TRES días después de cumplirse el primer aniversario de los atentados del 17-A, Catalunya fue escenario ayer de un ataque a una comisaría de los Mossos. De madrugada, un hombre de origen argelino penetró en la comisaría de Cornellà, armado con un cuchillo y profiriendo gritos de “Alá es grande”. Según fuentes de los Mossos, el intruso intentó agredir a uno de los miembros del cuerpo de seguridad catalán, que en la refriega le abatió a tiros. Esta vez, a diferencia del 17-A, el ataque acabó poco después de haberse iniciado, y sin víctimas inocentes.
La primera, y obvia, conclusión que cabe sacar del ataque de ayer es que la amenaza relacionada con el yihadista sigue viva. Las primeras investigaciones sugieren que Abdelouahab Taib actuó solo. Y apuntan que sus motivaciones últimas podrían estar relacionadas con problemas personales. Pero la experiencia nos indica también que junto a estos yihadistas solitarios y, hasta donde se sabe, no integrados en grupos de acción más amplios, también los hay capaces de articularse y de idear, organizar y perpetrar ataques de mayor envergadura. Ataques que producen heridas muy profundas en el seno de una sociedad como la catalana, que quizás en otros tiempos pudo imaginarse a salvo de estas contingencias, pero que ahora sabe que está en el punto de mira del terror y que debe tomar todas las precauciones posibles para eludir su zarpazo.
En días recientes, hemos señalado ya las lecciones y los deberes pendientes que dejaron a la sociedad catalana los atentados de agosto del año pasado. No es sobrero reiterarlos: fomentar la unidad institucional, mejorar la coordinación policial e incrementar el celo colectivo para detectar procesos de radicalización.
Es verdad que la acción policial fue, tras el 17-A, muy diligente: cinco días después de que se cometieran aquellos atentados, los Mossos abatieron al asesino de la Rambla, cuando todos sus compañeros habían sido ya detenidos o muertos. Pero también es cierto que esos atentados se produjeron porque los terroristas supieron evitar el radar policial y preparar durante largos meses su fechoría. Eso no debería volver a ocurrir.
El terrorismo sigue agazapado, al acecho, y toda conducta que pueda quebrar la unidad de los demócratas ante su amenaza constituye un imprudente error. He aquí algo que no cabe olvidar. Y menos aún tras la conmemoración del aniversario del 17-A, en la que ha asomado la desunión, y tras el ataque de ayer en Cornellà, que viene a confirmar, en clave menor, la vigencia del peligro generado por quienes quieren imponer, a sangre y fuego, un sistema oscurantista.