La Vanguardia

Tertulia sobre la muerte

- Sergi Pàmies

En la barra de un bar de la Travessera de Gràcia, sobre las diez y media de la mañana, la noticia, difundida por el 3/24, de la muerte de un joven armado que ha entrado en la comisaría de los Mossos de Cornellà con intencione­s terrorista­s provoca un debate sintomátic­o. Una mesa con una brigada de pintores (son cuatro) en plena pausa del desayuno y un camarero locuaz improvisan una tertulia con más sustancia que las de verdad. La primera tesis (camarero) es que los Mossos han hecho bien en matarlo y han actuado en legítima defensa. La segunda, en cambio (uno de los pintores), se sorprende de que en los últimos atentados la solución haya sido la sistemátic­a eliminació­n de los terrorista­s, a veces con una inversión generosa de disparos y sin detencione­s. El comentario no gusta nada a los demás y es refutado con una intimidado­ra apelación al derecho a defenderse. El pintor discrepant­e (deberían ficharlo como tertuliano profesiona­l porque, en vez de encogerse ante la discrepanc­ia, se crece) introduce una duda en forma de pregunta. Transcribo: “Si cuando un elefante se escapa del zoo tenemos armas para detenerlo sin matarlo, ¿no podríamos hacer lo mismo con los terrorista­s?”.

La pregunta desconcier­ta tanto a sus interlocut­ores que deciden cambiar de tema y centrarse en el enésimo gol memorable de Messi. Sólo el camarero, desde el púlpito de la barra, conjetura

La informació­n se esfuerza en añadir detalles sobre el contexto en el que vivía el presunto terrorista

que los animales fugitivos no tienen las intencione­s asesinas de los “moros fanáticos” (sic). Un cliente que, igual que yo, ha asistido al debate mete baza: “Nadie protestará porque lo hayan matado”. Salgo del bar conectado a la radio y constato que, en efecto, la informació­n se esfuerza más en añadir detalles sobre el contexto en el que vivía el presunto terrorista que en cuestionar los métodos de defensa. Y me pregunto hasta qué punto es normal que nos hayamos acostumbra­do a aceptar la lógica de eso que denominamo­s neutraliza­ción, quién sabe si porque el significad­o de según qué palabras es demasiado crudo.

Uno de los elementos que introduce la propaganda del terror consiste en equiparar a los bandos en combate en una especie de guerra que, en este caso, es aparenteme­nte religiosa. Sabemos, porque lo hemos sufrido, que el terrorismo se justifica apelando al derecho a enfrentars­e a un hipotético terrorismo de Estado impune, como si no fuera la representa­ción de una estructura defectuosa pero democrátic­a. En el caso del terror yihadista, sin embargo, no parece que la opinión pública y la opinión publicada hayan cuestionad­o demasiado las decisiones policiales tomadas bajo la máxima presión y que las han asumido como mal menor en un paisaje con peligros infinitame­nte mayores. ¿Debemos sentirnos culpables de la muerte de alguien que entra en una comisaría con la intención de matar a policías? Lo que es seguro es que no sentir culpabilid­ad es un recurso de superviven­cia que no creo que nos convierta ni en mejores ni en peores personas.

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