La Vanguardia

El móvil no es suficiente

- Fèlix Riera F. RIERA,

Si danzáramos como Narciso frente a un río de aguas transparen­tes alcanzaría­mos a ver que en nuestra mochila de la vida hay cada vez más artefactos tecnológic­os junto a un libro. La soledad de un libro es menos dura que la de un móvil sin batería o una tableta sin wifi. En un libro, cada página acompaña a la siguiente y se necesitan unas a otras para sobrevivir frente al apasionado o indolente lector. Mientras que el móvil es un tirano que cuando está en la mesa sin ser atendido reclama nuestra atención para volverse a poner en movimiento, un libro siempre espera al lector de forma plácida. El libro siempre nos da una segunda oportunida­d. Hagan la prueba. Pongan al lado de un móvil un libro. Tras un instante vacilante, la pantalla del móvil reclamará ser activada mientras que el libro, orgulloso, espera que te aproximes para susurrarte al oído: “Tómate tu tiempo”.

El verano en el Mediterrán­eo, con su luz en forma de burbuja que lo envuelve todo, es propicio para hablar, para llenarnos la cabeza de pájaros. Es el momento del año en que todos los Narcisos se contemplan en las aguas cristalina­s que hoy son las pantallas de los móviles buscando atrapar su cuerpo perfecto, su sonrisa contagiosa, su mirada fingida pero sinuosa. Si lanzan un móvil al río o al mar verán cómo se hunde sin dejar rastro; si lanzan un libro flotará como si fuera un barco a la deriva que reclama ser rescatado. Los escritores y escritoras son como Robinson Crusoe, que gozan construyen­do civilizaci­ones con la imaginació­n, y los libros son como las botellas con mensajes buscando a un lector para descubrirl­e que la vida es una odisea.

Siempre me ha fascinado la capacidad que tienen algunos libros para ser ellos quienes eligen al lector y no al contrario, como todos creemos. Un título, la imagen sugestiva e incitadora de la cubierta de un libro, el recuerdo gozoso de la lectura de un texto que parecía perdido y que rebrota al leer un párrafo o musitar una palabra talismán, es suficiente para que la mirada insistente de un libro nos lleve a adoptarlo. No pretendo oponer la nostalgia por los libros a la vigorosa tecnología, no; se trata más bien de advertir que en nuestro mundo conectado un libro seguirá recordándo­nos que los lectores, nosotros, somos una especie fabuladora.

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