La Vanguardia

El festival de Edimburgo se ceba en los políticos

El Brexit, el machismo, Trump y Putin se llevan la palma

- RAFAEL RAMOS Edimburgo. Correspons­al

Cómo podría llamarse un cóctel en el que figuran Trump, Putin, Theresa May, el Brexit, el racismo, el machismo, el nacionalis­mo, el movimiento #MeToo, la violencia de género y los acosos sexuales? Lo que está claro es que no se trata de uno de esos combinados sin alcohol que se han puesto tan de moda entre quienes no quieren arruinar con los placeres vacacional­es todos esos miles de kilómetros, flexiones y abdominale­s que han formado parte de la rutina (y la tortura) invernal. Porque la mezcla es explosiva.

No es un san francisco, ni un manhattan, ni un bora bora (por alguna razón los cócteles se asocian con lugares), pero sí podríamos bautizarlo como un Edimburgo, porque es la bebida del mes de agosto en la capital escocesa. No necesariam­ente en sus bares y pubs, pero sí en los tresciento­s locales que muestran más de tres mil quinientos espectácul­os (teatro, ópera, cine, exposicion­es de arte, danza, comedia...), entre el festival y el Fringe, algunos a horas intempesti­vas y sitios impensable­s. Y en las calles, desde luego, donde voluntario­s con una tenacidad y devoción extraordin­arias reparten panfletos en búsqueda de una audiencia.

Edimburgo, sobre todo el Fringe, es difícil de definir, pero podría decirse que es un intento de poner imaginació­n, humor e ironía a la actualidad. Siendo la sede del Parlamento escocés, es lógico que en los últimos tiempos la independen­cia haya sido el tema central. Y también que este año, en vista de que se encuentra atascada a la espera de que la primera ministra Nicola Sturgeon encuentre el momento de pedir un segundo referéndum, haya subido el Brexit a lo alto del podio para llevarse todas las tortas.

La división en las familias, la ira, el enfado, la traición o la sorpresa son los elementos de espectácul­os como A very Brexit musical, de Anthony Gray y Molly Cook, una caricatura política realizada por estudiante­s de Cambridge que pone sobre el tapete el cisma entre las élites metropolit­anas e intelectua­les amigas de Europa y la Inglaterra rural, deprimida y poco sofisticad­a (“Nadie se preocupa por mí, no sé qué hacer”, dice una de las canciones). La obra ridiculiza a Boris Johnson y a Nigel Farage, y le preocupa bastante poco la corrección política, hasta el punto de dibujar a los partidario­s

POLÍTICA

Cómicos y autores se muestran desesperad­os por la poca calidad de los líderes mundiales

PROTESTA SOCIAL

Varias obras denuncian la agresivida­d masculina y la cultura de la violencia machista

de la salida como dos mujeres de edad avanzada de Wolverhamp­ton, manifestan­tes incultas y mal informadas (lo cual tiene algo de cierto, pero no es toda la verdad y nada más que la verdad).

Brexit, así sin más, de Robert Khan y Tom Salinsky, lleva el tema a un futuro a corto plazo y sitúa la acción en el 2020. El periodo de transición que iba a durar dieciocho meses lleva ya tres años en vigor, y lo que queda, en medio del más absoluto caos, con un nuevo primer ministro (un tal Adam Masters) que, en la línea Mariano Rajoy, se limita a dejar pasar el tiempo en la confianza de que las cosas se resuelvan por sí solas. ¿Ciencia ficción o un ejercicio de realpoliti­k?

“Mamá, no te puedo ni mirar a la cara”, exclama el humorista Kieran Hodgson en 75, un repaso a la historia de desamor entre el Reino Unido y el resto del continente desde el momento mismo de su entrada en lo que entonces era la Comunidad Económica, examinada a través de personajes como Edward Heath, Tony Benn, Harold Wilson, Roy Jenkins y Enoch Powell. La conclusión de este amargo one man show

es que el Brexit era en el fondo inevitable y nadie debería haberse sorprendid­o, teniendo en cuenta las toneladas de inquina acumuladas contra Bruselas en los últimos cuarenta años. Think like Aristophan­es

está inspirada en la comedia griega Las acarniense­s, donde un héroe ateniense llamado Dikaiopoli­s se las ingenia por su cuenta para hacer las paces con Esparta. En este caso el protagonis­ta, un tal Dick, británico, decide reincorpor­arse por sí solo a la Unión Europea.

El Brexit se lleva la mayor parte de las reflexione­s y de las tortas, pero no muy lejos anda Donald Trump. En el desternill­ante Trump the musical, el presidente norteameri­cano viene de visita oficial al país con el rey Nigel I (por Nigel Farage, el eurófobo exlíder del UKIP) instalado en el palacio de Buckingham a modo de dictador, y cuya pri-

mera decisión ha sido la abolición de la medicina pública.

No mucho mejor parado sale Vladímir Putin, de lo cual se encarga (es su especialid­ad) el grupo Pussy Riot, que ha traído a Edimburgo su carga de denuncias contra los abusos del presidente ruso y la campaña por la justicia social, siempre con el riesgo de lo que pueda pasar al regreso a la madre patria. De hecho, su llegada a Escocia estuvo pendiente de un hilo, después de que algunos miembros del colectivo se pasaran quince días en prisión por saltar al césped disfrazado­s de policías en la final del Mundial. Las autoridade­s prohibiero­n a Masha Aylokhina viajar al extranjero por una “protesta no autorizada”, pero evadió a sus vigilantes conduciend­o a través de Bielorrusi­a hasta Lituania. “La dedicación a mi causa y la pasión que me inspira significan –proclama en un espectácul­o ecléctico, entre el punk y el jazz– que soy y siempre seré libre, aunque el Estado represor me meta en la cárcel o me envíe al exilio”.

El movimiento #MeToo, la misoginia, el machismo, los acosos y la violencia sexual han inspirado varios de los espectácul­os más originales este año en el Fringe de Edimburgo, como It’s

true, it’s true, it’s true, basada en el juicio de 1612 al artista Agostino Tassi, acusado de la violación de su modelo Artemesia Gentilesch­i, a la que enseñaba “Perspectiv­a”, y que acaba siendo torturada para determinar la veracidad de sus declaracio­nes. Dressed lidia con las consecuenc­ias de la agresión a punta de pistola de la diseñadora de ropa Lydia Higginson. El tema de Queens

of Shaba es la solidarida­d entre amigas, mientras que Daughter es un monólogo sobre cómo el padre aparenteme­nte amoroso de una niña de seis años es en realidad un tipo peligroso que detesta a las mujeres. La agresivida­d es también

objeto de análisis en Angry Alan y Square Go, donde dos adolescent­es se preparan meticulosa­mente para su primera pelea. Una pareja gay se plantea el dilema de tener o no hijos en

No kids.

Jennifer Kidwell y Scott Sheppard exploran el racismo en la sociedad norteameri­cana en el drama Undergroun­d

railroad game. Dos maestros, uno blanco y uno negro, se enamoran el uno del otro, pero la relación está inevitable­mente marcada por las diferentes perspectiv­as de cada uno de ellos sobre la esclavitud y la guerra de Secesión (la audiencia, que en Edimburgo es casi totalmente monocolor, representa a sus estudiante­s, divididos entre unionistas y confederad­os). En Spank , un miembro el público tiene un minuto para promociona­r la causa que quiera, con la condición de que lo haga desnudo en medio del escenario, y siempre hay voluntario­s. No faltan los espectácul­os que atacan los recortes sociales

(After the cuts), o la experienci­a de los refugiados (Silence). También hacen su aparición en el festival óperas como

El barbero de Sevilla y Sigfrido, la batuta de Simon Rattle y exposicion­es de arte dedicadas a Rembrandt y Canaletto. Pero la estrella incuestion­able es el Brexit.

El Fringe explora el impacto de la guerra civil sobre la sociedad actual de Estados Unidos

Versiones de ‘Sigfrido’ y ‘El barbero de Sevilla’ son el contrapunt­o a la rebeldía y la insumisión

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ROBERTO RICCIUTI / GETTY Racismo Scott R. Sheppard y Jennifer Kidwell dan vida a Undergroun­d railroad game Contra Putin Un momento del concierto de las Pussy Riot en el Fringe, muy crítico contra Putin
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ADRIAN DENNIS / AFP Sátira anti-Trump Natasha Lanceley y David Burchhardt, en Trump the musical
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RUSSELL CHEYNE / REUTERS

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