Dubcek en la Barceloneta
La invasión soviética de Praga cambió la historia de Europa y del mundo. Para mal. Ahora se cumple medio siglo de aquel episodio de totalitarismo, contestado por muchos praguenses con una dignidad que se contagió a algunos soldados soviéticos, que se negaron a acatar la severidad que les habían inculcado como método de fraternidad. El intento de humanismo socialista practicado por los gobiernos anteriores a la invasión quizás habría podido consolidarse como imperfecta alternativa a los otros sistemas, pero, como un bumerán, los tanques perduraron en la memoria e influyeron como un eco reactivo en la historia de un país, Checoslovaquia, que ya no existe. De una posible primavera se pasó a los acorazados electrochoques de un verano indigno. Todos los poemas adquirieron una dimensión rebelde y metafórica, incluso los versos de Vitezslav Nezval: “Las campanas de Praga llaman a todos los locos melancólicos”.
En 1991, procedente de una Praga felizmente democrática, Alexander Dubcek, que lideró el país hasta la invasión y que sufrió las represalias, era presidente del Parlamento de Checoslovaquia. Le concedieron el premio internacional
Una de las pocas peticiones de Alexander Dubcek: encontrarse con Ladislao Kubala
Alfons Comín (padre de Toni Comín) y, el 7 de junio, recibió el galardón en el Ayuntamiento, invitado por un Pasqual Maragall que desplegó un personalísimo y afectuoso celo hospitalario. Una de las pocas peticiones de Dubcek: encontrarse con Ladislao Kubala. Ambos eran de origen eslovaco y al parecer Kubala, que tiene una biografía que podría haber inventado John le Carré, llegó a jugar, en calidad de oriundo eslovaco, en la selección checoslovaca.
La portada de La Vanguardia del sábado 8 de junio recoge ese encuentro, elegante y cordial, entre el político justamente rehabilitado y el futbolista que todavía pervive en la memoria del fútbol. Me consta que Kubala y Dubcek no dejaron de hablar y que, al finalizar el acto protocolario, Dubcek y Maragall se fueron a la playa de la Barceloneta a bañarse. En la fotografía que también publicó este periódico se los ve compartiendo una charla informal. Dubcek lleva un traje de baño oscuro, sobrio y se mantiene cruzado de brazos mientras escucha las explicaciones de un Maragall con un traje de baño de diseño preolímpicamente premonitorio. Están en la playa de la Barceloneta, allí donde hoy serían interrumpidos cada dos por tres por lateros, minoristas de mojitos genuinamente tóxicos, representantes de pareos, gafas de sol, sombreros e ignotas formas de artesanía, pequeños traficantes de cannabis y cocaína, prostitutas, inspectores de posibles lazos amarillos (para poner o quitar), masajistas sin título, manifestantes indignados e incondicionales defensores de la alcaldesa Colau que, haciendo proselitismo sobre la bondad de su mandato, insisten en que todo aquel que critica la política municipal y denuncia su incompetencia es un puto facha machista.