La Vanguardia

Alexandra, familia Hilton

Hotel familiar y preolímpic­o, se asocia a marca global en un mundo donde nadie da nada por nada

- Joaquín Luna

El hotel Alexandra de la calle Mallorca, entre el paseo de Gràcia y la Rambla de Catalunya, tiene este lunes en sus 116 habitacion­es nada menos que 35 clientes Diamond del programa de fidelizaci­ón de Hilton.

¿Qué significa eso? Treinta y cinco clientes en un mismo hotel con un grado de exigencia altísimo, “veteranos” que han pasado hasta cien noches del último año alojados en establecim­ientos Hilton y que ahora, en verano, se cobran los réditos de esos programas: upgrading en caso de disponibil­idad –si no sabe lo que significa un upgrading, es que usted no viaja y, por tanto, no es nadie–, detalles de cortesía y salida tardía de la habitación.

–Los españoles nos cortamos y nos da apuro pedir que nos regalen cosas. Los norteameri­canos, no. Saben y exigen hasta el último punto o detalle de estos programas.

Habla Carolina Borrell. Ella y Javier Juliá trabajan cada día para que el Alexandra, un hotel familiar inaugurado en 1987, se mantenga en las cotas de excelencia. Porque así lo quieren las tres familias propietari­as –los dos Borrell y los Juliá– y porque estar asociado desde hace cinco años a Hilton añade ciertas exigencias adicionale­s. Poca broma.

No, el hotel Alexandra no guarda relación con el cine Alexandra de nuestros recuerdos. Comparten, eso sí, génesis. Antes de las redes digitales, tanto una sala de cine en la cartelera como un hotel en las guías cuyo nombre comenzaba por A captaba con más rapidez la atención.

“Y le pusimos Alexandra, cuestión de marketing”, resume Juliá.

La singularid­ad del hotel es que siendo de propiedad familiar se ha asociado a una marca global (en este caso, la gama Curio de Hilton, que engloba a hoteles collection, con personalid­ad propia, vaya). “Inicialmen­te, Hilton quería que cambiásemo­s el nombre. Les hicimos enten- der que era un hotel muy barcelonés, cuya identidad no podíamos perder”, explica Javier Juliá. Al fin y al cabo, el Alexandra era uno de los 80 hoteles de Barcelona el año glorioso de 1992 (hoy superan los 500). La asociación es sencilla: pertenecer a una gran cadena aporta clientela, pero como en este mundo nadie da nada por nada –en el otro, tampoco, está claro–, la exigencia aumenta.

El Alexandra tiene uno de los índices más elevados de clientela de EE.UU. y Canadá en el panorama hotelero de Barcelona: un 40%, muy por encima de los propios españoles (entre el 10% y el 12%). “Ya cumplíamos un 90% de las exigencias que tiene Hilton. Ese 10% restante que cumplir son las medidas de seguridad de EE.UU. –más estrictas que las españoles– y una formación del personal conforme a los criterios de la cadena”, señala Juliá.

La piscina es coqueta y da a un patio muy del Eixample barcelonés. “Podemos presumir de no haber tenido una sola queja de los vecinos”. No es este el único orgullo de dos familias que llevan un negocio que ni contamina, ni explota laboralmen­te –80 empleados fijos– ni fomenta el turismo de borrachera. Se nota el sello familiar. Tiene narices que a empresas semejantes se les incluya en ese cóctel revuelto y agitado de la turismofob­ia...

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XAVIER CERVERA
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