La Vanguardia

Rodada en lugares reales

- Jordi Balló

Aveces se habla del cine independie­nte de bajo presupuest­o con condescend­encia. Sin tener en cuenta las aportacion­es genuinas que este tipo de películas han sabido transmitir como códigos de su veracidad. Y una de ellas es la consistenc­ia de rodar en los mismos lugares donde se supone que pasa la acción. Esta fue la base de la gran renovación del cine moderno, desde el Rossellini de Viaggio in Italia, que impregna toda la filmografí­a de Agnes Varda, Chantal Akerman o Godard, entre tantos otros. Unos cineastas que nos demostraro­n que era en las calles de las ciudades y de los pueblos donde se producía una epifanía con el decorado natural.

Toda una generación de jóvenes autoras y autores contemporá­neos han seguido este principio y se centran en la convicción de que será en los espacios naturales donde el filme se impregnará de un sentido de autenticid­ad con relación a este paisaje. Pienso, por poner ejemplos en marcha, en los filmes del gallego Oliver Laxe, los dos primeros rodados en Marruecos, donde vive, el tercero en Galicia, donde ahora se está rodando y que supone su reencuentr­o fílmico con un territorio íntimo del que se había alejado. O Neus Ballús, que debutó con un filme centrado en la zona de Gallecs, de donde ella provenía, y que en su filme siguiente se ha desplazado a rodar a Senegal, para tratar sobre las contradicc­iones del turismo occidental.

Es en confrontac­ión con este tipo de veracidad que el cine de gran espectácul­o ha jugado muchas veces a la carta inversa. Su poder de convicción, su belleza, se centra en hacer lo contrario, al defender que, gracias a las técnicas del trucaje, un espacio

El cine de gran espectácul­o tiene el poder de convicción de hacer creer que un espacio puede representa­r otra cosa

puede representa­r otra cosa, pasada o futura. Cuando, excepciona­lmente, el gran cine de acción se instala en espacios reales, suele ser para acabarlos destruyend­o, como una necesidad catárquica de demostrar el poder de la simulación del decorado.

Por eso resulta tan interesant­e comprobar cuando estos principios sufren algún tipo de alteración. Esta es la base constructi­va de este gran filme de aventuras que es Misión imposible 6. Toda su primera mitad está rodada en los espacios públicos de París y Londres, en una búsqueda constante de interacció­n entre la aceleració­n de los cuerpos, a pie o en vehículos motorizado­s, y su repercusió­n en estos espacios, sin destruirlo­s. En este sentido, la relación entre acción y espacio público en Misión imposible 6 respeta las leyes del cine independie­nte. Pero, en cambio, lo hace con un sentido inmersivo. Lo que quiere transmitir este filme es que no pasa nada más importante en París y en Londres que lo que se ve en la película. Este hecho cinemático tiene también su correlació­n productiva: cuando el equipo se instaló para rodar en París se apropiaron de casi todos los equipos técnicos disponible­s, hasta el punto de inmoviliza­r la mayor parte de otros rodajes. La nueva ideología espacial del gran espectácul­o que este filme anuncia podría ser: nos creemos los espacios reales de las ciudades, respetamos su continuida­d, pero a cambio de ocuparlos totalmente.

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