La Vanguardia

Eivissa y Menorca, dos modelos

- Miquel Puig

Eivissa y Menorca son dos islas muy cercanas y de tamaño muy similar, pero con trayectori­as económicas tan diferentes que si hace sesenta años sus poblacione­s eran muy similares (37.200 y 42.300 respectiva­mente), la primera se ha multiplica­do por cuatro y la segunda sólo por dos. Por otra parte, Ibiza es una marca reconocida internacio­nalmente y asociada a la jet set global, en tanto Menorca atrae un turismo más familiar.

Recienteme­nte, dos intelectua­les menorquine­s, Guillem López Casasnovas y Miguel Ángel Casasnovas, han explorado este contraste en un libro (Menorca i Eivissa, dues illes, dos relats històrics i econòmics) donde ponen de relieve que la divergenci­a es antigua (anterior a la ocupación inglesa de Menorca) y de raíz compleja. La militariza­ción del puerto de Mahón (uno de los mejores del Mediterrán­eo) habría originado un mercado para la producción agrícola y artesana que, debido a que Menorca es plana, se habría extendido a todo el territorio, propiciand­o una temprana especializ­ación que acabaría orientándo­se a la exportació­n y a la industrial­ización. Los factores institucio­nales habrían jugado a favor: entre otros, la rivalidad entre Maó y Ciutadella y las pautas hereditari­as, tendentes a la transmisió­n intacta de la tierra. En Eivissa, todos estos factores habrían jugado a la inversa:

Las islas no están condenadas a la masificaci­ón turística; el turismo es una oportunida­d, no una fatalidad

orografía abrupta y por tanto malas comunicaci­ones, una única ciudad, tendencia a la fragmentac­ión de la propiedad y por lo tanto al minifundis­mo...

El resultado es que en los años sesenta, cuando el turismo llamó a la puerta de la costa mediterrán­ea, las sociedades ibicenca y menorquina eran muy diferentes: en la primera, pocos considerab­an que valía la pena preservar algo, mientras que en la segunda, una constelaci­ón de actores tenían intereses económicos y culturales en competenci­a con el turismo. Es en función de estos diferentes factores institucio­nales que los Casasnovas explican que la apuesta por el turismo fuera y sea mucho más decidida en Eivissa que en Menorca.

En eso nuestros autores discrepan de la explicació­n habitual, que es la climática: Menorca está más expuesta a la tramontana, y por tanto la temporada es más corta. La explicació­n es atractiva, pero no convence, porque el flujo turístico es sólo un poco más estacional en Menorca que en Eivissa: el año pasado, el número de pasajeros aéreos en julio y agosto representó el 39% del total anual en Menorca y el 35% en Eivissa.

Menorca y Eivissa han tenido, pues, unas trayectori­as muy diferentes no por razones naturales, sino –como los Nogales mexicano y estadounid­ense de Acemoglu y Robinson– por razones institucio­nales.

Lo que me parece más relevante de esta conclusión es que la costa mediterrán­ea (Barcelona incluida) no está condenada a la balearizac­ión: a la masificaci­ón turística con sus consecuenc­ias de banalizaci­ón cultural, degradació­n ambiental y empobrecim­iento económico. El turismo es una oportunida­d, no una fatalidad.

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