Más allá de Trump
EL cerco sobre Donald Trump se estrecha. El que fue su abogado, Michael Cohen, se declaró ayer culpable de delitos relacionados con la financiación de la campaña electoral y señaló al presidente. Al mismo tiempo, un juez de Virginia declaraba culpable de fraude al exjefe de la campaña, el lobbista Paul Manafort. A ello hay que añadir las pesquisas del fiscal del Rusiagate y la rebelión de la prensa. Un cuadro demoledor.
Pensamos en el líder de EE.UU. como el más poderoso del mundo. Pero su capacidad de actuación está limitada por otros poderes –parlamentarios, territoriales, judiciales, periodísticos…– que están acotando los desastres de una presidencia tan populista como la actual. Sin duda, el sistema –pese a sus grietas– cuenta en ese país con contrapesos potentes que garantizan el funcionamiento democrático.
Con Trump aparentemente en su peor momento, los demócratas se frotan las manos. Creen que ni siquiera será necesario llegar a unas elecciones para apartarle del cargo. Pero, ¿de verdad está Trump acorralado? No es temerario aventurar que el grado de identificación de sus votantes con el personaje es tal que lo aman más cuanto más convencidos están de que está siendo atacado.
El profesor Mark Lilla, autor de El regreso liberal, explica que el Partido Demócrata ha caído en el error de abonar la “atomización” de la sociedad, de volcarse en atender a las demandas de las minorías y sus intereses en lugar de fomentar un concepto de ciudadanía cuyo común denominador es compartir derechos y deberes, más allá de las características particulares de cada colectivo. Lilla cree que el problema de la izquierda es que carece de un proyecto alternativo para todo EE.UU. y ello ha favorecido el populismo. Es decir, que quizá los contrapoderes del sistema norteamericano sean capaces de echar a Trump de la Casa
Blanca, pero eso no quiere decir que acaben con el trumpismo.