El triunfo de la mudez
Triunfa una nueva moda en Twitter. Una forma humorística de bullying, un ataque en grupo a una persona que tiene la particularidad de hacer imposible la defensa. El perjudicado no recibe propiamente insultos, sino burlas equívocas e indirectas. Si el ataque fuera convencional (una crítica, un reproche, una sátira, una grosería), el interesado podría intentar defenderse con una respuesta, un insulto o un reproche antagónico (la jauría se le echaría encima enseguida, pero al menos él habría tenido la oportunidad de repeler el ataque). Sin embargo, este nuevo juego es incontestable. Haga lo que haga el interesado, saldrá perdiendo. Si contesta, aparecerá en las redes como un tipo malhumorado; y si no contesta, tiene que aguantar la misma broma pesada decenas de veces al día.
Esta burla colectiva funciona así. El que empieza el juego, cuelga la foto del protagonista de la sátira. Junto a la foto, publica un pequeño texto burlón, travieso, zascandil. A menudo en forma de pregunta. A partir de ese momento, libremente, los participantes retuitean la foto aportando un nuevo texto, que, supuestamente,
Una colección de pellizcos de monja, tecleados por teléfono, que ayudan a pasar las tardes de agosto
tiene que superar el primero en ingenio e intención denigratoria. Los participantes en este juego son tipos muy ocurrentes, seguramente ociosos, que necesitan competir con sus compinches, cual adolescentes respondiendo a las primeras exigencias de la testosterona para comprobar quién la tiene más larga. Se comportan exactamente como los escolares que, abusando, no del ingenio individual, sino de la fuerza que da el grupo, acosan al compañero solitario.
Seguramente el lector estará pensando: “No es más que un juego, uno de tantos juegos ácidos que abundan en las redes sociales: no hay que darle importancia”. Ciertamente, es un juego irrelevante. Una colección de pellizcos de monja que ayudan a pasar las tardes de agosto a los que, después de la siesta, sin levantarse de la cama o el sofá, teclean bromas vagamente cáusticas por teléfono. El juego no tiene importancia alguna. Dudo que deje buen sabor de boca a los que, mientras jugaban, se partían de la risa; y supongo que la grima que provoca en los afectados se diluye en unas horas. El juego carece de importancia, pero es significativo.
Revela, incluso más que las peleas en torno al lazo amarillo, cuál es el uso que hemos decidido que tengan las palabras en nuestra vida colectiva cuando nos dirigimos a los que no piensan como nosotros. Habiendo descartado la posibilidad del diálogo (puesto que el diálogo implicaría cesión mutua), ahora el uso más frecuente de la palabra es o agresivo o burlón. En el fondo de estos juegos de Twitter, colea el silencio. Cuando cada grupo se haya burlado tanto de los otros que ya esté empachado de tanta caricatura, no tendrá nada que decirse; nada que decir. La independencia al final será eso: el triunfo de la mudez. La lengua reivindicada será innecesaria. Para relacionarnos con los demás bastará con una mueca de desprecio.