Cosas, que pasen cosas...
La idea de hotel contemporáneo de Joaquín Ausejo debería ser la prioridad de nuestras vidas: un lugar donde pasan cosas. “Ya nadie va a un hotel a ser visto”, explica desde el jardín, el maravilloso y japonés jardín, del hotel Alma, que dirige junto a su hijo, otro Joaquín.
Hay pocos espacios hoteleros tan hechos suyos por los barceloneses como el jardín del Alma. Frente al feísmo, el sudor y las sandalias, frente a ese olor a porro que va pillando Barcelona, frente al derrotismo, quedan rincones delicados donde uno se citaría con la mujer que espera para impresionarla sin prisas. Para aislarse del ruido, las intoxicaciones y la vulgaridad.
La mezcla de barceloneses y turistas aquí no parece una cuestión de azar. “El viajero de hoy busca experiencias. Vuela en compañías de bajo coste y se aloja en hoteles de categoría, no tanto por las estrellas sino por la atmósfera y la sensación de que pasan cosas en esos hoteles. Para un extranjero, ver a gente del lugar en su hotel es la mejor prueba de que no se ha equivocado con la elección”, razona Joaquín Ausejo, buen conocedor de esta industria a la que llegó de la mano de Antonio Catalán,
El jardín del hotel Alma es unos de los rincones más elegantemente barceloneses: discreto y vanidoso
el fundador de los NH, otro navarro innovador al que debemos, por ejemplo, que los cartelitos de “No molestar” incorporasen el reverso de “Hagan la habitación”, un detalle simple pero influyente a la hora de evitar una de los mayores enojos para todo huésped: regresar a la habitación y ver que está como la hemos dejado. No todo el mundo es Mijail Gorbachev. “Se alojó varias noches en el Alma de Berlín. Nunca, nunca he visto una habitación tan ordenada después de que salga el cliente por la mañana. ¡Incluso la cama parecía ya hecha!”.
No es extraño que pasen cosas en el Alma ni que deambulen tantos personajes barceloneses. La Barce- lona eterna: cierta discreción mezclada con la vanidad de verse entre los happy few, los que toman un cóctel sin imposturas a la hora del aperitivo o al atardecer. Mucha conversación y pocos gritos. Buenas lecturas al alcance del cliente, alojado o no.
Hoy, además, “la clientela de un hotel es más exigente que nunca: la democratización de las redes sociales. El 90% de los viajeros han mirado las opiniones sobre el hotel o el restaurante antes de reservar. Pero, ojo, son más exigentes que antes pero menos quisquillosos”.
–En un hotel que entran y salen barceloneses, no hay problemas de que nadie que te vea piense mal...
–Lo que antes llamábamos pudorosamente el “turismo local” –los del polvo a media tarde–, que exigían y guardaban discreción, han sido eliminados por las aplicaciones tipo by hours. Son minoritarios y tienen ahora las coartadas perfectas. Aquí, por ejemplo, el cliente abre la habitación con la huella dactilar. Todas las veces que se aloje.
El Alma tiene este espíritu democrático y de buen gusto al que aspiraba su director. Lejos quedan aquellos vestíbulos semivacíos cuyos ocupantes esperaban que alguien les recogiera para respirar, salir de la jaula y sentirse en la ciudad. Para muchos barceloneses, hoy la jaula está fuera y la libertad dentro.