La Vanguardia

Ton de ‘l’otxo’

- Julià Guillamon

Set i set? Catorze! Agafa un cagarro i esmorza! Era uno de los dichos de la calle que daban más risa. Has vist la caixa? quina caixa? La que puja i baixa! La gente sentía un respeto reverencia­l hacia la Caja de Pensiones, que disponía de un edificio en la calle mayor, coronado por un frontón, y un vitral en el vestíbulo que ocupaba toda una pared. Representa­ba las cuatro provincias, y a mí me sorprendía que el escudo de Girona, en la parte superior, presidiera el conjunto. Has vist en Serra? Quin Serra? El que arrossega els collons per terra! Eran dichos que se iban repitiendo, posiblemen­te de padres a hijos. De un año para otro los chavales, cuando pensábamos que ya estaban olvidados y podíamos pillar despreveni­do al que recibía la pregunta, las recuperába­mos y las utilizábam­os unos días más. Si había niños nuevos, eran como una novatada o como el estrenamor­ena de cuando ibas a la barbería a cortarte el pelo. A nadie le habría pasado por la cabeza pensar que aquel Serra que arrastraba sus partes por el suelo pudiera ser una persona real. Es más: cuando había algún Serra (unos clientes del hostal se llamaban así), evitábamos la broma, pudorosame­nte. Cuando mi hijo era pequeño, le enseñé estos dichos y debió de utilizarlo­s tres o cuatro veces con los niños del colegio, en Vall d’Hebron, que se lo miraban com si baixés d’Arbeca.

El otro día, con mi amiga Alícia, que vive en Sant Feliu de Codines, hablábamos de los pueblos, de lo mal comunicado­s que están y de como decidió instalarse allí. “Compré una casita y resultó ser la casa de Ton de l’otxo”. En seguida recordé el chiste que los zagales de la calle Castell explicaban y que a mí, que era niño de ciudad, me pirraba. Un chaval de pueblo fue a hacer el servicio militar. En aquella época ir al servicio militar infundía respeto. A los chicos nos daba horror pasar por semejante trago. Los quintos llegan al cuartel, los ponen en formación, los numeran. Un cabo primera o un sargento empieza a pasar lista. “¡El ocho!”. Silencio. “¡El ocho!”. Nadie dice nada. “¡He dicho el ocho!”. Entonces el chaval de pueblo, firmes en la fila, piensa: “Pobre del que tingui l’otxo. Jo rai, que tinc el vuit!”. El chiste debía de circular por aquellas carreteras llenas de pegotes de los años cincuenta y sesenta y llegó a ser un dicho popularísi­mo, que los chicos de Arbúcies, que con relación a Sant Feliu de Codines está en el otro extremo de mundo, explicaban para despatarra­r a los niños forasteros.

Gracias a Alícia ahora sé que el hombre de la historia se llamaba Antoni Tura i Grané. La familia vivía en la calle Esquirol desde antes de 1749. Eran tejedores de algodón, del Berguedà, y por esta razón la casa se conocía como can Berga. Ton nació en 1913, hijo de Pere Tura y Maria Graner. ¡Nos reíamos de una historia de 1930! Más tarde se casó y se fue a vivir (era el destino) a la calle Amargura, 8. La casa de Ton de l’otxo, en la calle Esquirol, era una casa sencilla con una ventana reconverti­da en balconcito. Cuando Alícia la compró, a un señor que también se llamaba Tura, el suelo de la planta baja era todavía de tierra prensada. Con este tipo de historias a Santiago Rusiñol se las ponían como a Fernando VII.

Entonces el chaval de pueblo, firmes en la fila, piensa: “Pobre del que tingui l’otxo, jo rai, que tinc el vuit!”

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