La Vanguardia

Veranos de manta dulce

- Antoni Puigverd

Otra tarde de nubes, en Camprodon, a pesar de que, al final, sólo han caído cuatro gotas. A veces, según cómo sopla el viento, la tormenta pasa de largo y descarga algo más lejos. No hemos tenido más de cuatro o cinco días seguidos sin lluvia en todo el verano. Los prados no pueden estar más verdes, las flores silvestres en pleno agosto recuerdan el mes de mayo. Han regresado las mariposas. Manan las fuentes, los arroyos bajan alegres, el crepúsculo pide una rebeca y la noche una manta dulce.

Las mañanas, sin embargo, suelen ser muy azules. A primera hora, el sol atraviesa los bosques con lanzas de luz: impera durante toda la mañana de manera indiscutib­lemente estival. Quema, el sol de montaña, y puede llegar a asar la piel de los despistado­s que se tumban en el césped de las piscinas de Llanars o Camprodon. En realidad, no hay que ir a la piscina, para bañarse. En el valle de Camprodon abundan las pozas y saltos de agua naturales que permiten a los más atrevidos (las aguas son heladas) darse un chapuzón de película de Tarzán. Pero no explicarem­os aquí donde están las pozas. Sufrirían igual que las

Aunque un festival homenajea a Albéniz, aquí arroyos, mirlos y ruiseñores cantan a diario

de la Garrotxa (especialme­nte las del río Brugent a su paso por Les Planes d’Hostoles): los ayuntamien­tos han tenido que contratar vigilantes de seguridad para evitar que la masa convierta un paraje maravillos­o en un vertedero de basura.

“Es muy especial, el verano de Camprodon”, dice una amiga, conversand­o con los que, acostumbra­dos al hervor de la costa, abren los ojos como platos cuando ella explica que, en plena canícula, necesita una manta por la noche. “Es un verano especial”, confirmo, explicando que, en plena temporada turística, uno puede pasar el día en perfecta soledad, caminando por bosques y prados, a poca distancia del efervescen­te centro de Camprodon en el que se reúnen, masivament­e, turistas, locales y veraneante­s. Con la expresión “un verano especial”, pronunciad­a en tono misterioso y reticente a la vez, estamos diciendo al hipotético visitante: antes de venir, mentalízat­e. Si bien encontrará­s una animosa oferta gastronómi­ca, cultural y de ocio, el verano en Camprodon es, fundamenta­lmente, montañoso y clorofílic­o, fresco y oxigenado, con muchos niños y ancianos, con tranquilas conversaci­ones en las plazas, la elegante soledad del paseo Maristany y las frecuentes lluvias. Aunque un festival homenajea a Albéniz, aquí arroyos, mirlos y ruiseñores cantan a diario.

La expresión “un verano especial” recuerda que la idealizada temperatur­a pirenaica va acompañada de quietud y paisaje. Hay que evitar, piensa mi amiga, que los turistas que ya visitan en alto número el Valle, acaben convirtién­dose, como ha ocurrido en tantos otros lugares, en el ejército de Atila, cuyos caballos echaban a perder para siempre la hierba del territorio que hollaban. Mi amiga hace suya la frase de Paul Theroux, quien, sobre el turismo de masas, dijo, irrefutabl­e: “Siempre que un sitio gana fama de paraíso, se va al infierno”.

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