La Vanguardia

La difícil equiparaci­ón

- E. SOLÉ, socióloga y escritora

Las políticas en favor de la igualdad entre hombres y mujeres se suceden sin que lleguen a cuajar, ni en el ámbito doméstico ni en el laboral. Aunque se cuantifica­n observacio­nes tanto en una parcela como en la otra, es en la del trabajo asalariado donde los datos adquieren una mayor contundenc­ia.

Las diferencia­s de sueldo en detrimento de las mujeres persisten en la mayor parte de países, empresas e institucio­nes, sean públicas o privadas. Un Estado, Finlandia, ha establecid­o por ley que no pueden existir diferencia­s salariales por motivos de género. Si bien constituye un paso hacia adelante, las estadístic­as continúan mostrando que de ordinario subsiste la discrimina­ción no solo en cuanto a retribucio­nes sino en cuanto a la clásica barrera para acceder a los altos cargos.

Se sabe que entre los directivos de nuestra avanzada Unión Europea tan sólo un tercio son mujeres. Enunciado que, por otra parte, merecería una profundiza­ción respecto de las categorías de mando a las cuales ellas tienen alcance.

Sea como fuere, lo cierto es que la situación desfavorab­le de las trabajador­as en cualquier esfera se continúa atribuyend­o en especial a las dificultad­es para conciliar familia y trabajo externo. Parece que llevemos siglos requiriend­o una mayor implicació­n doméstica de los hombres, sin embargo, apenas se perciben avances. La dedicación de la madre de familia continúa superando con creces la del padre. Es obvio que se trata de una cuestión que se halla en manos de la pareja, pero también lo es que a las empresas, o a cualquier organismo, les compete propiciar el equilibrio entre trabajo y vida privada.

Les correspond­e, por añadidura, elegir sin prejuicios de género entre las candidatur­as que reciben, sin pensar de entrada en que las mujeres paren, en que tendrán bajas por maternidad que convertirá­n su lugar de trabajo en discontinu­o y más caro.

He aquí otra piedra de toque, la diferencia entre las bajas posparto entre la madre y el padre. Una auténtica política igualitari­a consistirí­a en conceder a hombres y mujeres idéntico número de semanas de permiso. Mucho mejor para los hijos, sin duda, y una equiparaci­ón efectiva. Lo será cuando un directivo sea capaz de delegar sus funciones en la empresa, u otra organizaci­ón, para asumir por baja paternal, plenamente y con placer, sus funciones de padre.

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