La Vanguardia

La amnesia del hotel Oriente

A Manolete, bronca; al sultán le llamarían clasista, y al tenor Lázaro algún vecino le denunciarí­a

- Joaquín Luna

Un turista que sale del hotel Oriente luce una camiseta reivindica­tiva: Say no to pineapple in pizza. Dí que no. Yo también detesto ver trozos de piña flotando sobre una pizza, pero hay gente para todo. Y hoteles que llevan el negocio como les da la gana, que para eso es suyo, aunque tratándose del Oriente la amnesia sorprende: la lista de personajes que pasaron por sus habitacion­es es impresiona­nte, sólo superada por el antiguo Ritz (hoy Palace, donde, por ejemplo, le fue comunicado al célebre Faisal que era el nuevo rey de Arabia Saudí).

No he avisado. Así era el periodismo­s no hace tantos años. Me planto en recepción y pregunto:

–¿Está libre la habitación de Manolete el día 28 de agosto (día de su cogida en Linares)?. Es la número 1.

El responsabl­e de recepción me mira extrañado. Es joven, pero con buenos reflejos. Y, ¡sorpresa!, sabe que Manolete fue un cliente fiel del Oriente, donde se vestía de luces. No hubo un ídolo de masas más popular en Barcelona en los años cuarenta. Ni rojo ni franquista. Un estoico querido.

–Hemos cambiado los números de las habitacion­es respecto a entonces, ¿daba la 1 a la Rambla? –Doy por hecho que sí. El recepcioni­sta atento se llama Luis García y, azares del destino, es nieto de un grande de la hostelería de Barcelona, Antonio Parés, célebre por sus años al frente del Ritz y por una bohemia rumbosa.

Sólo en la entrada del hotel, inaugurado en 1842, hay una placa municipal que recuerda que Hans Cristian Andersen describió la inundación de la Rambla vista desde su habitación en 1862. Ni una palabra, ni una evocación en el vestíbulo de tantos y tantos personajes que se alojaron en él. No es negocio para mitómanos barcelones­es. Y qué lista de clientes: el presidente Ulysses S. Grant, Arturo Toscanini, Maria Callas, Renata Tebaldi, Uzcudun, Max Schmelling, Mary Pickford, Samitier, Juan Belmonte, Arruza o, claro, Manolete.

Algunas de las más fabulosas anécdotas del hotel Oriente –recogidas por el gran Lluís Permanyer en un reportaje en La Vanguardia de 1987– toparían con la realidad y el signo de los tiempos. Al pintoresco y popular exsultán Muley Hafid le afearían su costumbre de arrojar monedas a los transeúnte­s muchos mediodías durante su estancia en 1915 (entonces, como gratitud, unos escolares de la escuela Mossen Cinto le dedicaron unos cánticos, hoy quizá le dedicarían un corte de mangas). A su salida del hotel, vestido de luces, los animalista­s tratarían de rociar con spray a Manolete, y es muy probable que un vecino del barrio denunciase a la Guardia Urbana los ensayos que hacía el tenor Hipólito Lázaro en su habitación –seguidos con fervor y silencio a pie de la Rambla– por “contaminac­ión acústica”.

Tampoco hay huella de la escena de El reportero, de Antonioni, en la que Jack Nicholson entra en el hotel Oriente. Claro que en el vestíbulo hay una Perfumatic, un artilugio que por un euro permite rociarse con una de las siguientes fragancias: Coco Chanel, Black Opium, Etro, Dior Homme o Terre d’Hermes.

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MONTSE GIRALT
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