La vida como metáfora
El cineasta Jules Dassin, destacado antihéroe de la caza de brujas maccarthista, ya dirigió en 1970 una primera adaptación de la novela autobiográfica publicada por el prolífico escritor Romain Gary, que se suicidó en 1980. Autor de origen judío que se veía obligado a utilizar diversos seudónimos, su vida constituye una verdadera y siempre imprevisible novela. Nacido como Roman Kacew, durante la II Guerra Mundial fue un heroico piloto que se ganó el reconocimiento y la amistad de Charles de Gaulle, y además ejercería la carrera diplomática. Abandonada por su marido, la madre, muy francófila, decidió establecerse en París en 1934, un hecho que resultaría decisivo en la activa carrera literaria y profesional de Romain Gary.
Tal como muestra la película, su madre era una mujer enormemente posesiva. Siempre ejerció un absoluto control sobre el hijo. Su obsesión era que aquel joven aparentemente inseguro perdiera sus miedos y llegara a triunfar en todos los terrenos de la vida, incluido el de la diplomacia, porque, como le dice a Romain en la película: “Cuando seas embajador, tendrás las mujeres más hermosas del mundo”. El personaje cuenta con una intérprete realmente excepcional: Charlotte Gainsbourg.
Esta omnipresente y dominadora figura maternal, que intenta sacar adelante una empresa de costura en tiempos muy difíciles, tutela en todo momento a un hijo que no lo tiene nada fácil. Sus primeras novelas son rechazadas por ser “demasiado literarias”, aunque con el tiempo va consiguiendo publicarlas como seriales en los periódicos y después en formato de libro.
Ciertamente, el personaje de esta madre incansable que no quita ojo a su hijo podía propiciar un melodrama desmesurado y chirriante. Sin embargo, Charlotte Gainsbourg sabe aportarle en cada momento el tono adecuado, solventando incluso algún que otro altibajo narrativo.