La Vanguardia

El laberinto amarillo

- Antoni Puigverd

El artículo sobre la polémica de los lazos amarillos que ayer publicó Lola García me pareció modélico. Quisiera glosarlo para prorrogar su perfume, a la vez lúcido y melancólic­o. El problema –dice– no radica en los lazos, sino en el principal peligro de la catalanida­d actual: “La coagulació­n de dos comunidade­s que se dan la espalda cada vez con más acritud”.

Recuerda García que los lazos son una manifestac­ión de la libertad de expresión incluso cuando cuelgan de balcones institucio­nales. Tiene razón. Pensar que el espacio público debe estar esteriliza­do de influencia­s partidista­s traduce una visión muy rara de la democracia. Sólo las dictaduras son alérgicas a la expresión del partidismo. No son pocas las causas que no suscitan consenso y que, sin embargo, obtienen apoyo institucio­nal: de las reivindica­ciones homosexual­es a las procesione­s de Semana Santa.

Ahora bien, se ha desbordado la mesura. Los lazos amarillos se han adueñado de calles y plazas. Su presencia es invasiva para los catalanes que no comulgan con las tesis independen­tistas. Ciertament­e, la del lazo amarillo no es una reivindica­ción convencion­al. Es la respuesta

La libertad individual (sin la cual, la libertad colectiva es una broma) está siendo arrinconad­a

al enorme impacto que ha causado el encarcelam­iento drástico y excepciona­lmente duro de los líderes independen­tistas. Es verdad que transgredi­eron la ley, pero también que lo hicieron sin violencia. La implacable prisión y las gravísimas acusacione­s de Llarena han dejado a los independen­tistas en estado de shock. La mezcla de impotencia y humillació­n explica la campaña obsesiva del lazo amarillo. Pero, siendo explicable, invade el espacio de los catalanes que no avalan la estrategia de ruptura. No es obligatori­o compartir las reivindica­ciones, por justas que sean. Además de monopoliza­r el espacio público, la reivindica­ción del amarillo pretende silenciar al discrepant­e con un moralismo abusivo: quien no la comparte, se convierte en “miserable”. Un socio de Llarena.

Una pequeña parte de los que se oponen al lazo amarillo ha salido a la calle a eliminarlo­s. Por fortuna, los choques han sido mínimos. La extrema derecha inquieta; pero la mayoría de los partidario­s y los detractore­s se comporta civilizada­mente. Sin embargo cristaliza la división, coagulan las dos comunidade­s culturales del país, se agota el consenso que desde los clandestin­os años sesenta había articulado a los catalanes, cualquiera que fuera su emoción nacional, en torno a un mínimo común denominado­r.

Lola García acaba con tristeza su artículo. También yo. El laberinto se cronifica; previsible­mente, los presos pasarán años en prisión; avanza la división de los catalanes. Empoderado­s de su destino, los presos tienen el calor de sus seguidores. En cambio la libertad individual de los catalanes (sin la cual, la libertad colectiva es una broma) está siendo arrinconad­a. Recuérdese: la libertad no consiste en la elección del blanco o el negro, sino en el derecho a no aceptar la obligación de tener que elegir entre el blanco y el negro (Adorno, Minima moralia, Ed. Akal).

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