Vacaciones agostadas
Tras las consecuencias muy sudadas y muy sufridas de tantas huelgas estivales son bastantes los barceloneses, ya de regreso, que me han dicho que nunca más volverán a tomar vacaciones en julio o agosto. El verano ya es sólo para los pobres. Y para los manguis.
Barcelona, en agosto, hace años que ha dejado de ser aquello tan vacío. Quizá la ausencia, por supuesto justificada, que más se notó hace unos días fue la de la concejal Gala Pin. A finales de julio viajó a Nueva York para explicar al mundo entero, durante cuatro días, por qué Barcelona es una ciudad segura. Algo que provocó el descojone en Ciutat Vella donde cada vez echan más en falta a Assumpta Escarp. El título genérico de aquel encuentro al que asistió la concejal Pin se titulaba Ciudades sin miedo. Y hubo ciudadanos bien informados, como Eugenio Zambrano o Pere Pina, que afirmaron que probablemente la concejal había ido a Nueva York no a dar lecciones sino a recibirlas. Veremos, pues, si acertaron en el diagnóstico. Veremos si en Ciutat Vella, los pisos de la droga y sus vendedores, las jeringuillas y esos jóvenes que vuelven a amanecer muertos en los bancos públicos o en alguna esquina, serán ya historia o doloroso presente. De la droga y sus muertes, algunas de ellas demasiado jóvenes, hablé precisamente hace unos días con un padre en un tanatorio barcelonés. Luego, cuando el duelo se despidió, me dirigí a determinado bar no para olvidar o idealizar el pasado sino para recordar. Porque no hay futuro sin recuerdos.
En los bares que nos gustan, que son más de uno, pero que difícilmente llegan a tres, más allá de las voces y las risas siempre acaba sonando la voz de la soprano Joan Sutherland interpretando el vals de la ópera Romeo y Julieta de Gounod. Y también Edith Piaf. Ignoro las razones, pero es así. Últimamente, en cuanto salgo de un tanatorio, espacio que, a partir de cierta edad, cada vez frecuentamos con más asiduidad, me dirijo, si está abierta, a la Cova Fumada, bar donde se inventó la siempre imitada pero nunca igualada bomba.
Uno de los barceloneses que más entiende de bares que nos gustan es Àngel Juez. Así lo demuestra en un librito que acaba de publicar titulado Històries de bàrbars. Juez es el propietario del legendario bar Ascensor, que está en la calle Bellafila, en ese Gòtic de los turistas. En ese barrio estrecho que fue húmedo y que poco a poco se ven obligados a abandonar, pintores, escritores y fotógrafos que pensaron que nunca tendrían que decir adiós a sus azoteas con gatos que plantan cara a las gaviotas. Pero el especulador es insaciable y no perdona. Juez opina que las barras de los bares son laboratorios de pensamientos llenas de tiburones. Y que en ellas se pasa rápidamente de la acción a la reacción. De modo que la relación entre los bares y los nervios es, según Juez, más que evidente.
Creo que comenzamos a morir cuando desaparece el bar de la esquina, que ningún chino es capaz de resucitar. Pero hoy no quiero hablar de tanatorios.
Veremos si en Ciutat Vella los pisos de la droga y sus vendedores serán ya historia o doloroso presente