La Vanguardia

Vuelta al cole

- Nieves Álvarez

El final de agosto es como un día de resaca en el que el verano se convierte en un recuerdo neblinoso, tu cuerpo, a pesar de haber estado en horizontal muchos días, únicamente te pide cama y sofá, y tu cabeza te martillea continuada­mente con la imagen de tu jefe. La idea de resetear y volver a arrancar embajona a cualquiera, eso es una realidad que difícilmen­te cambiará en algún momento de nuestras vidas pese a los esperanzad­ores mensajes de la psicología positiva que nos empujan a ver el nuevo curso como una nueva oportunida­d.

Desde luego que es un nuevo comienzo y una nueva ocasión para llevar a la cuenta corriente al precipicio. Las madres y padres de este país me entenderán a la perfección. “Volver a empezar otra vez”, así rezaba la melodía pegadiza de la campaña de unos conocidos grandes almacenes, el punto de partida del maratón posvacacio­nal. Daba comienzo ese duro trance de dibujarse un esquema mental de la temida lista de la vuelta al cole. Primer asalto: el uniforme. Cuatro prendas aparenteme­nte invariable­s pero que cada año mutan de forma misteriosa; el jersey azul de pico ahora es redondo, la falda de dos tablas deja paso a otra más, las medias se acortan o se alargan dependiend­o de las nuevas tendencias, todo unido a los repentinos estirones de nuestros hijos que complican y encarecen más la situación. El segundo ataque; los libros. Parece mentira que estemos en la era digital, porque yo sigo forrando libros como una condenada año tras año. Se trata de una técnica que requiere de una concentrac­ión desmedida para evitar la maldición de las burbujitas, ya no por una cuestión estética, si no para impedir que se conviertan en la mayor distracció­n de tus hijos durante las clases.

Por último, estaría la partida de complement­os y papelería. Los estuches y mochilas han de ir en sintonía con el trendy topic del momento o el youtuber de moda, y los subrayador­es elegidos han de mostrar el pantone de su nueva gama. Teniendo las armaduras listas, queda, simplement­e, entrar en el combate del nuevo curso.

Para amenizar este proceso de adaptación y consolar nuestra nostalgia, siempre nos quedará el álbum fotográfic­o instagrame­ro y no cesar en el intento de pensar que el veranillo de San Miguel se alargará al menos, hasta principios de noviembre. No nos queda otra que engañarnos con los últimos coletazos de las piscinas, las terrazas, esos últimos helados a deshoras, y al fin y al cabo aprender a disfrutar de la vuelta, de una rutina posverano necesaria para llenarnos de motivación de cara al último sprint del año antes de otro nuevo y apasionant­e comienzo.

No nos queda otra que engañarnos con los últimos coletazos de las piscinas, las terrazas, esos últimos helados a deshoras

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EFE Los niños ya se preparan para volver al colegio
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