La Vanguardia

Menorquine­s en N. Esmirna

- Màrius Serra

Andrew Turnbull era un médico escocés que sentía la pulsión colonialis­ta. En 1768 se hizo cargo de cien mil acres de tierra en Florida. Eran tierras duras, habitadas por nubes de mosquitos de humedal, caimanes y serpientes venenosas. La población más próxima, San Agustín de Florida, estaba a setenta y cinco millas. Turnbull fue cónsul de Esmirna, en la actual Turquía, y tuvo la original idea de bautizar aquellas tierras con el nombre de Nueva Esmirna. Después, reclutó a mil cuatrocien­tos colonos con la (falsa) promesa de unas tierras maravillos­as. Los sacó de diversas partes de este Mediterrán­eo que dos siglos y medio después es un cementerio ignominios­o de migrantes movidos por el mismo engaño. Como quiera que los ingleses entonces poseían Menorca, Turnbull los concentró en el puerto de Maó y los embarcó en ocho barcos hacia Florida. Casi un millar de estos colonos ilusionado­s eran menorquine­s. Los que sobrevivie­ron al infierno de la plantación transforma­ron San Agustín en una ciudad de catalanoha­blantes. Hace cinco meses que esta historia corre de boca en boca por Menorca gracias a la novela Nova Esmirna (Edicions Món de Llibres, 2018) del manacorí Tomeu Matamalas. Siguiendo los trabajos del lingüista norteameri­cano Philip D. Rasico sobre los menorquine­s de Florida, Matamalas tiene la virtud de usar el vehículo de la novela con solvencia. El planteamie­nto combina la narración con la investigac­ión periodísti­ca, en una interesant­e incursión en el documental­ismo de ficción. De entrada, como la epopeya es colectiva, Matamalas parte el relato de la penosa travesía de las ocho naves en quince fragmentos por los que desfilan muchos de los personajes que después sufrirán las arbitrarie­dades de Turnbull.

Cada uno de estos relatos precede cartas y transcripc­iones de entrevista­s. Tanto las notas como las cartas son del narrador vicario de la historia, el periodista quebequés Henri Courey De Laroche Héron, que viaja en 1865 con la intención de escribir una serie de artículos para el Diario de Quebec. Matamalas establece las reglas del juego en la primera carta que el periodista envía al director del diario, en decirle: “Le confieso que, sin copiarle el estilo y utilizando toda la informació­n original que puede reunir, me propongo seguir simplement­e el método que usó William Cullen Bryant en el Evening Post”. En efecto, Bryant (1794-1878) fue un destacado periodista y poeta antiesclav­ista que visitó San Agustín en 1843 y dejó constancia de la notable presencia del catalán de Menorca. La novela avanza a buen ritmo por la yuxtaposic­ión de las cartas del periodista a su hermana y las notas de entrevista­s a diversos descendien­tes de menorquine­s, como la señora Martina Jerònima Paula Hernández Mir, que sólo hablaba menorquín a pesar de haber nacido ya en Nueva Esmirna. Matamalas narra las penurias de la explotació­n colonial y la sublevació­n de los menorquine­s contra Turnbull.

Combina la narración y la investigac­ión periodísti­ca, en una interesant­e incursión en el documental­ismo de ficción

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