Barcelona y el ruido
Sergi Pàmies critica en este artículo la epidemia constructora y de reformas de edificios y viviendas en Barcelona, y sus lógicas molestias, especialmente el insoportable ruido, que sufren impotentes los vecinos de la ciudad. “Barcelona es una ciudad de más de un millón de obras (según las últimas estadísticas). Y no por culpa de la alcaldesa Colau, sino de una epidemia de capitalismo inmobiliario que, en semanas tan calurosas, multiplica las reformas y las atrocidades sonoras”.
Barcelona es una ciudad de más de un millón de obras (según las últimas estadísticas). Y no por culpa de la alcaldesa Colau, sino de una epidemia de capitalismo inmobiliario que, en semanas tan calurosas, multiplica las reformas y las atrocidades sonoras. En la jerarquía del decibelio, las obras públicas son las más aparatosas porque implican cortes y cambios en la circulación, furores asfálticos dignos de superproducción y una masiva presencia de elementos de color amarillo (nada que ver con el otro amarillismo –que, por cierto, va a acabar fatal–). El personal de estas obras se divide en infantería y especialistas en artillería autopropulsada. La ventaja de estas obras es que el Ayuntamiento las anuncia con anterioridad. Eso permite a los vecinos prepararse, bien con un éxodo provisional, bien con una resignación psicológica que suele desembocar a) en alcoholismo ambulatorio o b) en dos piedras.
A un segundo nivel están las obras de remodelación integral de edificios para convertirlos en, ay, apartamentos de lujo. Aparecen como setas, sin avisar, y os pueden amargar no sólo el verano en particular sino la vida en general, así que no os sorprendáis si acabáis pensando
Los permisos de obras son monumentos a la prosa burocrática deliberadamente abstrusa
en el suicidio. No intentéis detenerlas con denuncias y protestas: los promotores de estos negocios tienen abogados imbatibles y unos permisos blindados que, pegados a la puerta de la finca, establecen las condiciones del ansia faraónica. Tampoco intentéis leerlos: son monumentos a la prosa burocrática deliberadamente abstrusa entendida como arenas movedizas.
Si, pese a haberos avisado, insistís en leerlos, observaréis matices entre “las obras interiores en locales (entidades sin uso de vivienda) que no modifiquen la distribución, la estructura o la fachada” y las que apuestan por “andamios y similares”, que es un concepto lo suficientemente ambiguo para agravar la sensación de desamparo de los afectados. Y además está la obra particular, de proximidad y kilómetro cero, con festivos y laborables de taladro y martillazos metódicamente inoportunos perpetrados por psicópatas impunes que se amparan en su condición de vecinos. Y quien crea que huyendo de Barcelona encontrará la calma que pierda toda esperanza. La epidemia constructora también infecta zonas de urbanización, segundas residencias y la mayoría de pueblos de eso que la cursilería patriótica denomina territori .Y si, con suerte, consigues descubrir un rincón de silencio paradisiaco, no tardarán en aparecer, perfectamente sincronizados, los cortadores compulsivos de césped, los anunciadores megafónicos de sórdidos circos ambulantes, los vendedores entusiastas de melones y colchones y el clásico esmolet que, como novedad, incluye las hachas y los machetes en su repertorio de oferta. Es un servicio muy útil dadas las circunstancias: cuanto más afiladas estén las hachas y los machetes, más fácil os resultará cortaros la cabeza o haceros el harakiri.