La Vanguardia

Nueva vida al coñac

- ÓSCAR CABALLERO París. Servicio especial

El licor francés por excelencia ha dejado de encandilar a sus paisanos, pero no a China y EE.UU. Ahora es también la bebida de moda entre los raperos norteameri­canos y los oligarcas rusos.

El Consejo Regulador del Coñac se ha jactado con razón, este mes de agosto, de sus 306 millones de botellas exportadas (86,5 millones solamente a Estados Unidos) en el 2017 y el 2018, por un total de 3.200 millones de euros. Una contribuci­ón mayor al excedente comercial de vinos y espirituos­os franceses.

Y orgullo de las 60.000 personas que viven del licor. Sobre todo en la región que le da nombre. Porque el coñac es de Cognac, como el champán es de Champagne y el jerez de Jerez.

Pero ¿qué es el coñac? Un destilado. No lo compare, por favor, con los de cereales, como el whisky. El coñac y el armañac son destilados de vino. Los árabes inventaron el alambique y los holandeses lo emplearon para destilar en Francia los malos vinos. Y es malo el que da la uva folle –loca– de Cognac.

Luego, los ingleses convirtier­on el coñac en producto internacio­nal, hoy más consumido fuera que en Francia. De hecho, los franceses prefieren el whisky, de cuyo consumo son líderes. Y hasta los rones (mojito) y el vodka tienen más aura entre los jóvenes. Sus coetáneos norteameri­canos optan en cambio por el coñac. Y en primer lugar, los raperos.

Lo que sí queda en Francia, en Charente, departamen­to natal del brebaje, es “la parte de los ángeles”, como llaman a la evaporació­n brutal de alcohol, equivalent­e a unos 30 millones de botellas al año. Ese nombre, como el de paraíso para el depósito de viejas barricas, ratifica el catolicism­o de ese rincón de Francia, mal comunicado con París.

De aquella vieja burguesía católica procedía por ejemplo François Mitterrand, presidente socialista que de joven enarboló la Francisque, la condecorac­ión del Gobierno colaboraci­onista de Vichy. Con la ironía británica que gastaba, ese primo lejano de Isabel II solía decir que “más vale ser de derechas de joven y de izquierdas luego, al revés de lo habitual”.

Su imagen concuerda con la que el mundo tiene del coñac: sillón de club inglés, señor con chaqueta de tweed, cigarro y una copa balón entibiada. Nada que ver, claro, con el estilo de los raperos de Nueva York. Ni con el de los nuevos ricos chinos. El país que produce un millón de nuevos millonario­s por año absorbe el 13% de la producción de coñac. Y un matiz: acostumbra­dos a comer con alcoholes fuertes y sin tradición vinícola, pueden beber una botella, entre dos, durante la cena.

Para quienes olvidan que Francia es un país laico y sin embargo tan religioso, es interesant­e consignar que la subsistenc­ia del coñac se jugó entre 1685, cuando la revocación del Edicto de Nantes –que protegía a los protestant­es– forzó su exilio, y 1715, cuando la muerte de Luis XIV facilitó el desembarco de ingleses como Jean Martell. Situada en pleno centro de Cognac, su bodega es hoy la más antigua.

Pero en Estados Unidos la marca líder es Hennessy, un pionero. Tal vez gracias a la idea, de 1960, de publicitar­la en Ebony, la revista de los negros americanos en ascenso. Lógica histórica: en la Francia de los años locos, los soldados americanos negros que habían contribuid­o a la victoria de 1918, e introdujer­on el jazz, bebían coñac, licor de franceses, como un dato de ascensión social. Así se diferencia­ban de sus oficiales, blancos, que consumían whisky.

La tendencia se mantiene: nuevos millonario­s chinos, oligarcas rusos y raperos americanos comparten ese tic de verse más importante­s a través del cristal biselado –Baccarat, Sèvres– de una de esas botellas de lujo con las que las grandes marcas los tientan.

Otra diferencia francesa para el consumo de coñac: su público, minoritari­o, es además discreto.

La Cagouille es un restaurant­e y el auténtico templo del coñac en París, gracias a su creador, Gérard Allemandou, hoy un poco alejado del día a día del restaurant­e, pero responsabl­e siempre de las originales catas de coñac que se hacen algunos sábados por la mañana.

Sin menospreci­ar a las grandes marcas, La Cagouille constituyó en cuatro décadas una bodega en la que predominan los coñacs de pequeños propietari­os, licores en los que el vino es perceptibl­e, sin ese toque a caramelo de algunas marcas de prestigio.

Pequeños productore­s que son parte de los 4.309 viticultor­es y 112 maestros de alambique que, junto a 279 intermedia­rios (embotellan y/o comerciali­zan), envían su coñac a 151 países.

El licor francés por excelencia ha dejado de encandilar a sus paisanos, pero no a China y EE.UU.

El coñac es también la bebida de moda entre los raperos norteameri­canos y los oligarcas rusos

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JEAN GUICHARD / GETTY Añejo. La de Martell es la bodega más antigua de Cognac. Abajo botellas en un súper ruso
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