La Vanguardia

Carta a un amigo independen­tista

- Antoni Puigverd

Querido amigo, después de leer tu carta, tan dura y ácida, me doy cuenta de que cada vez es más difícil, en Catalunya, hablar de política sin ofendernos. Nadie quiere escuchar nada fuera de su esfera emocional. Ya no se puede practicar aquella palabra intraducib­le que tanto nos enorgullec­ía: enraonar.

Sigo, desde hace años, como articulist­a, la evolución de los nacionalis­mos catalán y español. Siempre con una preocupaci­ón: la ruptura del consenso catalán. Empecé a inquietarm­e cuando los imaginario­s de Pujol y Aznar cristaliza­ron territoria­lmente. Pronostiqu­é, avisé, alerté sobre la división catalana. El catalanism­o inclusivo, que funcionaba como airbag y cola adhesiva, ha sido bombardead­o desde ambas orillas. Ahora tú me dices que este catalanism­o es deshonesto. Que yo soy deshonesto.

Cuando comenzaba el procés, avisé de una obviedad: ningún Estado se deja mutilar sin usar toda su fuerza. El Tribunal Supremo ha inventado una violencia inexistent­e porque el castigo por la desobedien­cia era suave y había que escarmenta­r con unos años de prisión. Tú sabes que esta desmesura formaba

Unos quieren romper, otros planchar España a la francesa: dos sueños en busca del mismo destino trágico

parte de las previsione­s independen­tistas. Tú sabes que sólo se podía negociar con el Estado una salida al malestar catalán con el apoyo de una fuerza colosal. La fuerza independen­tista es enorme, pero no va más allá de la exigua mayoría que históricam­ente han tenido, en el Parlament, ERC y Convergènc­ia (o cualquiera de sus nombres).

Obligando a los catalanes a elegir entre el padre y la madre, habéis destrozado los precarios equilibrio­s de nuestra sociedad. Los líderes independen­tistas han conducido a su gente al matadero y al país a un callejón sin salida. Sin los presos, descubrirí­ais que el procés era mera táctica. Querían crear las condicione­s de una ruptura, sabían que no tenían fuerza para ello y confiaban en dos salidas. O forzar una negociació­n o instigar una respuesta tan humillante del Estado que, por reacción, revolucion­ara Catalunya.

Es decir: jugaban. Han perdido. Lo lamento. Lamento haber acertado el diagnóstic­o. Lamento mucho más la prisión. Lo digo a menudo: no saldremos del laberinto si ellos no salen de la cárcel. Pero también constato que el independen­tismo persiste en el “cuanto peor, mejor”, pues desea empezar un nuevo curso calentando las calles con el objetivo de reproducir el tremendism­o del 1 de octubre. Necesita reactivar las fuerzas vivas de Madrid que, por razones antagónica­s, también buscan el Armagedón catalán. El choque definitivo: unos quieren romper, otros planchar España a la francesa. Dos sueños en busca del mismo destino trágico.

El esfuerzo inútil produce melancolía. Quizás sería mejor callar. Cada día hablo menos con los amigos. Me dices que te he decepciona­do. Lo siento. Quiero que sepas que yo “cada día tengo más dudas, incluso de mí mismo y cuanto más enemigos tengo, más me pongo mentalment­e de su parte” (Václav Havel). ¿Por qué no pruebas tú también de ensayar la empatía?

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