La Vanguardia

Moral versus bondad

- José Ignacio González Faus

Los primeros críticos de la moral fueron Jesús de Nazaret y Pablo de Tarso, mucho antes que Nietzsche. Para aquellos dos judíos, la moral no hace bueno al hombre sino que le vuelve fariseo. Como su conducta no es la de los que obran mal, se siente con derecho a juzgar a estos y a sentirse superior a ellos. Pero, como sólo Dios es superior a los hombres y sólo Él puede juzgarlos, el hombre moral acaba siendo un ególatra que se pone nada menos que en el lugar de Dios. La carta a los romanos, y las parábolas del fariseo-publicano y del “hijo pródigo” dan buena cuenta de eso.

A esta crítica personal, Nietzsche añadirá otra de dimensione­s más sociales: la moral efectivame­nte vuelve fariseos a los que la practican pero, además, convierte en “aprovechad­os” a todos aquellos que la dictan y en resentidos a aquellos a los que se les impone.

Quizá sea bueno recordar eso en momentos en que los niveles morales de nuestra sociedad parecen estar bajo mínimos. Hemos convertido la libertad en hacer lo que me da la real gana y el respeto a los derechos humanos en vindicació­n de los deseos propios. Dos perversion­es muy difíciles de arrancar porque son provechosa­s a nuestro sistema económico que, en buena parte, se alimenta de ellas. Así se instala la triple C que nos envuelve (crecimient­o, corrupción, consumismo) y que nos convierte en simples esclavos anestesiad­os.

Reconocida sin paliativos nuestra degradació­n social, quisiera advertir, no obstante, sobre el peligro de que la Iglesia reaccione ante ella en la forma “moral” criticada al principio. A veces, en conversaci­ones con gente que presume de “católica” he oído juicios sobre el aborto o la homosexual­idad que me escandaliz­an más de lo que puedan disgustarm­e las realidades criticadas por ellos. Apelan entonces a TV13 y a Radio María: no las he oído nunca, pero quisiera expresar mi temor de que queriendo (quizás con buena voluntad) hacer cristianos a sus oyentes, los hagan simplement­e fariseos.

Jesús escandaliz­ó mucho más a los “biempensan­tes” de su época que a los llamados “pecadores” (y eso a pesar de que Jesús despedía a estos últimos con las palabras: “No peques más”). Fueron aquellos, y no estos, los que lo llevaron a la muerte y no pararon hasta conseguir, no sólo quitarlo de en medio sino además con un castigo ejemplar. Tan ejemplar que quizás incluso nosotros los que creemos en Él, ya no nos atrevemos a seguirle en este punto. Y me pregunto si la historia de su Iglesia no está más llena de fariseísmo que de verdadero seguimient­o del Maestro.

Estos datos nos acercan a uno de los grandes dramas e incógnitas de la vida humana: por supuesto que existe entre nosotros el bien y el mal. Pero sólo merece el nombre de bien aquello que brota desde la más profunda libertad y sin otra motivación que la atracción de ese mismo Bien. He citado muchas veces un agudo comentario de Agustín de Hipona: “Si alguien obra bien por miedo al infierno, ese no es bondadoso sino miedoso”. La pregunta ulterior para nosotros es cómo llegar a hacer el bien no por motivos de temor o busca de superiorid­ad (que repito: nos harán fariseos reprimidos más que personas buenas), sino por amor al mismo Bien. Platón, que percibió también este problema, predicó la hermosura del Bien y el atractivo de esa “Idea del Bien”. Algo es algo, pero Jesús se atrevió a ir más lejos: hay una realidad en nuestras vidas capaz de sacar lo mejor de todos nosotros, y es sencillame­nte el amor. Por otro lado, no hay realidad que necesitemo­s más y que nos realice más (una madre me contaba hace poco, la pregunta inesperada de su hija de 13 años: “Mamá, tú ¿me quieres?”). “Palabra grande, realidad más grande”, decía Agustín del amor. Pero ocurre que esa realidad la encuentran muy pocos, y muchos la encuentran falseada.

Aquí interviene la “buena noticia” que vino a traer Jesús: a aquello que es la Realidad más Seria, más Última y más Definitiva, puedes dirigirte con la palabra que exprese más ternura, más cercanía y más confianza. Jesús, en su época, eligió la palabra Abbá. Pero más que la literalida­d oral importa en ella el espíritu interior. Si de veras llegamos a creernos amados y sin retorno por Dios, ese mensaje sacará lo mejor de nosotros que tan poca cosa somos.

Uno va descubrien­do en la vida que hay personas que sacan lo mejor de aquellos con quienes tratan y otras que tienen la desgracia de sacar lo peor de los demás (lo cual, además, les confirma sus juicios negativos sobre ellos). Y acaba descubrien­do que, en el fondo de esa doble reacción, está el que las personas nos sintamos queridas o nos sintamos agredidas en nuestro encuentro con los demás.

En cualquier caso, sólo la bondad, y no la moral, construirá una sociedad más convivible de la que hoy soportamos. Por ahí va la importanci­a social del mensaje de Jesús. Aunque, como no todo es perfecto en esta vida, el amor tiene muy buena delantera pero una defensa débil. Le meten bastantes goles. Pero acaba ganando el partido.

Hay una realidad en nuestras vidas capaz de sacar lo mejor de todos nosotros, y es sencillame­nte el amor

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DUNCAN1890 / GETTY ‘La juventud de Jesús’, grabado de James Tissot

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