La Vanguardia

No piensen en septiembre

Isabel Gómez Melenchón

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Me quedan cuatro días, o cinco, según si contamos el de hoy o no. “No pienses en septiembre”. El Lakoff de turno me amargó las vacaciones el mismo día que las empezaba. Hubiera sido más fácil dejar de pensar en un elefante, incluso en el procés, pero tuvo que elegir lo único que iba a quedar grabado en mi cerebro de ansiosa veraneante. Un año esperando dejar atrás la ola de calor que se cierne sobre el trabajo, cualquier trabajo, cuando la mitad del personal huye (merecidame­nte) y la otra se queda (irremediab­lemente) con los 34 grados y todo el tajo, y eso sí, no hay sombra.

No pienses en septiembre. Hubiera preferido que me mentaran a la chica de la curva volviendo a casa en una noche sin taxis. Septiembre es el equivalent­e al “en episodios anteriores”, pero con la banda sonora de Dark, el canal veinticuat­ro horas non stop de terror. Es un buen momento para suscribirs­e. He pensado en septiembre en la playa, en el coche, en la clase de zumba y en el zoológico, donde me pasé una mañana mirando los elefantes a ver si tenía una revelación y podía revertir el conjuro. Juro que el que me lo dijo me la va a pagar.

No hay ninguna aplicación para encarar septiembre, y eso resulta revelador porque existen apps para todo. Podríamos perpetrar, digo crear, una. Debería contener una parte de autocompas­ión: “El moreno se me va a ir en dos días, el zen en medio, qué pena me doy”; otra de autoafirma­ción: “Hola, me llamo Isabel Gómez Melenchón y tengo pánico a septiembre”; otra de autoayuda: “Pero soy capaz de superarlo”, y una final de autobombo: “Al fin y al cabo, ¿qué harían mis compañeros sin mí”? Pues qué van a hacer, pensar en el año que viene, como todos. En la app podríamos incluir música relajante, un fondo de puesta de sol y un teléfono conectado con las Caimán, que es de donde sacaríamos la pasta. Ya se sabe, en esta sociedad de marcos y relatos la factura del teléfono es la que tiene la última palabra. El año que viene la tendré yo, cuando a todos y cada uno de los que se marchen les diga que no piensen en septiembre. Se va a liar.

He hecho una lista de lo que nos espera para animarme, y otra de lo que también nos espera para desanimarm­e. Como cada año, el problema es que este no he podido descansar pensando en todo ello. Lo bueno de las vacaciones, repetimos siempre, es desenganch­ar, olvidarte de la rutina del año y pensar sólo en el día que tienes por delante. Mis gatos lo hacen, los animales no humanos son capaces de apreciar lo que tienen en el momento y buscarlo si no lo tienen cuando llega el momento. Y en el interludio, dormir como si no hubiera un mañana, o como si ese mañana les tuviera sin cuidado. Seguro que les da lo mismo pensar en septiembre que en la Pascua y ponerse como una ídem en el salón de casa. El año que viene intentaré ser como ellos.

Me pasé una mañana en el zoo mirando a los elefantes, a ver si se podía revertir el conjuro del colega

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