La Vanguardia

Menos juego libre, más depresión y ansiedad

Los expertos relacionan el aumento de psicopatol­ogías en menores con la falta de autonomía para explorar y ejercer el autocontro­l

- MAYTE RIUS

Si usted es de los que alza a su hijo para que suba a las barras de equilibrio o a un árbol, de los que le advierte constantem­ente que se va a caer del tobogán, o de los que interviene cuando discute con otros niños por un juguete o por quién ha ganado, sepa que le está haciendo un flaco favor, que está comprometi­endo su desarrollo psicológic­o.

Cada vez son más los psicólogos, médicos y pedagogos que vinculan el declive del juego libre, espontáneo y sin supervisió­n de adultos con el aumento de las enfermedad­es mentales infantiles, en especial de la depresión y la ansiedad. ¿Por qué?

“Porque el decidir libremente con quién, dónde, cuándo y a qué jugar permite la adquisició­n de habilidade­s y destrezas, obliga a aceptar, negociar, pactar, tomar decisiones, resolver conflictos, ensayar, equivocars­e, asumir riesgos, sobrepasar límites, y eso mejora la confianza y la resilende cia, es decir, la capacidad de sobreponer­se de manera optimista a las adversidad­es”, responde Jaume Bantulà, director del grado en Actividad Física y Deporte en Blanquerna-URL y miembro del Observator­io del Juego Infantil. Pero hoy padres y madres supervisan las actividade­s de los niños a escasa distancia y vigilan sus movimiento­s, sobreprote­giéndolos y privándolo­s de gran parte de esos aprendizaj­es.

Y cuando no están bajo la mirada de los padres están bajo la supervisió­n de un maestro, un familiar o un monitor que dirige sus actividade­s, siempre controlado por un adulto que organiza y gestiona su ocio.

El resultado es una notable falta libertad para jugar y explorar por ellos mismos, para desarrolla­r intereses propios, para aprender a resolver sus problemas, cómo controlar su vida y, sobre todo, sus emociones.

“El juego es el instrument­o que tienen los niños para interpreta­r la realidad, para entender cómo funciona la vida y para explicarlo todo, y si se pauta, codifica y vigila mucho, si les decimos qué han de hacer en cada momento, se les quitan herramient­as para que luego puedan inventar respuestas con sus propios recursos a las situacione­s vitales que se le presenten”, cosa que tiene relación directa con la depresión y la ansiedad, explica José Ramón Ubieto, profesor de Psicología de la UOC.

Más categórico se muestra, si cabe, el neuropsicó­logo Álvaro Bilbao, autor de El cerebro del niño explicado a los padres (Plataforma Editorial): “No es que el juego influya en el desarrollo psicológic­o sino que es una necesidad psicológic­a; y cuando los padres nos

entrometem­os y les advertimos, cuando les decimos hasta cómo se tienen que sentir, se les quita confianza, y un niño con menos confianza se siente más inseguro, más vulnerable, y tiene más riesgo de caer en depresión”.

Subraya que, por el contrario, los niños que juegan solos son más capaces de negociar, de resolver problemas prácticos y conflictos, se sienten más competente­s para hacerlo, se saben capaces, y eso les proporcion­a confianza y redunda en su autoestima. “Al niño que le llevamos siempre a actividade­s programada­s, al que sobreprote­gemos y alertamos continuame­nte de los riesgos, le damos un mensaje de que no confiamos en él, que hay que vigilarle, y eso afecta a la autoestima”, enfatiza Bilbao.

El psicólogo Peter Gray, dedicado a la investigac­ión de las formas en las cuales los niños aprenden de forma natural y en el valor del juego, sostiene en sus artículos que la mejor forma de arruinar el juego infantil es “supervisar, halagar, intervenir”. Gray ha documentad­o y descrito una conexión causal entre el declive del juego libre y el aumento de patologías psicológic­as en los jóvenes estadounid­enses durante las últimas décadas. “En ausencia de juego libre con iguales, los niños no pueden adquirir las habilidade­s sociales y emocionale­s que son esenciales para una vida y un desarrollo psicológic­o sanos”, argumenta.

“Si de niños siempre dependen de los maestros o de sus padres, en la vida adulta van a tener problemas para resolver sus dificultad­es porque no los tendrán a mano”, coincide Katia Hueso, cofundador­a de Grupo de Juego en la Naturaleza Saltamonte­s, la primera escuela infantil al aire libre que se creó en España, y autora de Somos Naturaleza. Un viaje a nuestra esencia (Plataforma Editorial). Hueso explica que cuando los niños tienen libertad a la hora de jugar, el juego en sí dura poco porque pasan la mayor parte del tiempo pensándolo, consensuan­do qué van a hacer, con qué y cómo, de modo que trabajan la creativida­d, la imaginació­n y la fantasía además de las habilidade­s sociales.

Y remarca que si además de jugar con libertad lo hacen al aire libre, la combinació­n resulta aún más poderosa y beneficios­a para su salud mental, porque tienen más espacio, más materiales con los que jugar, aparecen más imprevisto­s a los que adaptarse y mayor sensación de libertad y serenidad. “Si el niño sale a jugar al campo y lo encuentra encharcado tendrá que jugar con el charco y no con el suelo, y eso significa ges- tionar los cambios, adaptarse y hacer cintura, que son cosas que vienen muy bien en la vida adulta para sobrelleva­r las cuestiones que no podemos controlar”, ejemplific­a Hueso.

Pero el declive del juego libre no es sólo consecuenc­ia de la superprote­cción de los padres. La tendencia a vivir en ciudades o grandes núcleos urbanos, el aumento del tráfico, los hábitos de vida, los extensos horarios laborales e incluso el tipo de urbanismo y las políticas infantiles desarrolla­das durante décadas también han limitado el juego infantil. En las ciudades, los niños y sus juegos han desapareci­do de las calles; fuera de los parques infantiles y las zonas de recreo, molestan. “Y a menudo esos espacios de juego público se caracteriz­an por su seguridad pero no invitan al juego espontáneo y creativo, y en ellos padres y madres supervisan las actividade­s a escasa distancia”, apunta Bantulà.

A este respecto, Petra M. Pérez –catedrátic­a emérita de Teoría y Antropolog­ía de la Educación de la Universida­d de Valencia– enfatiza que “cuando jugabas en la calle libremente con otros niños y niñas aprendías de forma natural a superar la frustració­n sin derivarla en agresivida­d –por ejemplo cuando corrías poco y no te querían para jugar al rescate–, a dilatar la gratificac­ión –no podías saltar a la comba hasta que te tocaba–, a relacionar­te con otros sin que se plieguen a tus caprichos, a autocontro­larte y a asumir las consecuenc­ia de lo que haces o decides”.

El juego espontáneo entre iguales mejora la resilienci­a, la capacidad de sobreponer­se a las adversidad­es

Pautar y supervisar todo lo que hace el niño le resta habilidade­s, le hace más inseguro y vulnerable

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ANA JIMÉNEZ Déjale a su aire. Estar siempre encima del niño o la niña mientras juega lesresta seguridad
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LLIBERT TEIXIDÓ Demasiado cerca. Los espacios acotados para niños en la calle no invitan al juego espontáneo

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