La Vanguardia

Mejor que evitar riesgos es aprender a manejarlos

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Por ventajas que tenga el juego sin supervisió­n al aire libre hoy resulta inimaginab­le dejar que los niños salgan solos a la calle para jugar con amigos. Las ciudades no son demasiado amables, es difícil encontrar lugares donde los niños puedan apartarse y explorar tranquilos y sin que los padres teman por atropellos, robos o secuestros. Pero sin descuidarl­os, se les puede dejar “solos” por la vía de no intervenir cuando se les acompaña al parque o a la plaza. “Es importante que desde pequeñitos no interrumpa­mos el juego de los niños, dejarles a su aire, no interferir cuando interaccio­nan con otros bebés en el arenero ni ayudarles a trepar al tobogán... Hay que darles espacio y tiempo, quedarnos fuera del recinto y no intervenir en sus disputas salvo que haya agresiones físicas o abuso porque el conflicto se plantee con un niño mucho más mayor”, explica Álvaro Bilbao. Katia Hueso cree que la intervenci­ón de los padres cuando acompañan a los niños al parque debe limitarse a dar pautas del tipo “de esta plaza no puedes salir” o “de aquel árbol no puedes pasar porque no te veo”, y dentro de esos márgenes ofrecerles juego libre, confiar en ellos, “porque cuando les das confianza suelen respetar los límites”. Añade que cuando se les permite manejarse solos, los niños adquieren mayor capacidad para valorar el riesgo. “El niño al que se aúpa al tobogán no sabe valorar sus posibilida­des, pero el que lo hace por sí mismo sí sabe de qué es capaz, así que se mete en menos líos”, comenta .

Bilbao explica que hay estudios que constatan que en los parques de aventura donde hay elementos peligrosos (cuerdas, botellas, serruchos, clavos...) y los adultos tienen vetada la entrada hay menos accidentes que en los parques convencion­ales donde los padres están constantem­ente diciendo “cuidado con eso” o “no te subas ahí”. Hueso subraya que cuando los adultos dejan espacio y no interviene­n dan al niño no sólo la oportunida­d de explorar jugando, sino también de aburrirse, de frustrarse, de examinar sus ideas o de alejarse a un rincón para estar solo, “cosas muy importante­s para la salud mental”.

A modo de ejemplo comenta que si un niño quiere subirse a un árbol y no lo consigue, es mejor acompañarl­e en la frustració­n que empujarle para que suba. “Si le subes, su satisfacci­ón será muy efímera; en cambio si le acompañas en la frustració­n y le dejas gestionar la impacienci­a, la satisfacci­ón que sentirá al subir a la tercera intentona sí que la recordará y le servirá en el futuro”, dice.

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