La Vanguardia

El colapso de Génova

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Qué desastre: el puente de Génova ha colapsado. La primera vez que pasé por ese viaducto, desde el segundo piso de un autocar lleno de mozalbetes a quienes acompañaba en un viaje de fin de curso, la visión de Génova desde aquella altura me colapsó. ¿Cómo se había podido construir esa monstruosi­dad por encima de las casas de una ciudad tan bella como la marinera Génova? La sucesión de túneles y viaductos que recorren la costa de la Liguria es una obra de ingeniería de primer orden, aunque la sensación de peligro del viajero que pasa por allí la primera vez es constante.

A buen seguro que estos días el lector ha oído o ha leído en los medios de comunicaci­ón que el puente Morandi –en recuerdo del ingeniero Riccardo Morandi, que es el cerebro que lo proyectó en los años sesenta– “se ha colapsado” o incluso “ha colapsado”. También habrá oído que la autopista que va de Ventimigli­a –en la frontera con Francia– hasta Génova (Autostrada A10), estaba colapsada por el derrumbe del puente, como se dice de las autopistas en las operación salida, los fines de semana o cuando hay un accidente; es decir, hay un embotellam­iento de narices. También, como consecuenc­ia de la caída del viaducto, el tráfico y los servicios de la ciudad

El derrumbe del puente Morandi ha revitaliza­do el uso de un anglicismo imparable

de Génova se han colapsado. Y más de un ciudadano debe de haber sufrido un colapso ante tamaña desgracia.

El sustantivo colapso se empezó a usar en castellano y en catalán en la segunda mitad del siglo XIX con el sentido médico de un estado de postración extrema por la insuficien­cia circulator­ia a causa del estrechame­nte de las arterias. No es hasta la segunda mitad del siglo pasado que en el castellano peninsular se empieza a usar con el sentido de hundimient­o, por influencia del español americano, influido a su tiempo por el inglés collapse.

Este sentido de colapso es un falso amigo que ha penetrado poco a poco en Hispanoamé­rica, atravesó el océano y cada vez está más presente en esta orilla. Para colmo, las noticias de agencias con que trabajan los periodista­s están redactadas muchas veces en inglés, de modo que de collapse a colapso el ajuste es mínimo. También sucede en catalán, aunque esta palabra no había tenido nunca el sentido de derrumbe.

Ahora bien, el sentido médico de colapso, y los otros sentidos que han venido después, el de atasco y el de paralizaci­ón de las comunicaci­ones, resulta que son sentidos figurados adquiridos por esa palabra a lo largo de su vida neolatina, porque en el latín original, collapsus no quería decir otra cosa que –¡oh, sorpresa!– hundimient­o, caída.

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Magí Camps

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