La Vanguardia

Liturgias cada vez menos sagradas

- Sergi Pàmies

La asistencia a los campos ha modificado las liturgias del fútbol. Hoy aceptamos imposicion­es como la megafonía o el speaker, que en el Camp Nou aún no ha alcanzado, por suerte, los niveles de paroxismo del Bernabeu. Los socios se resignan a recibir cartas que los informan de que, por orden de la UEFA, los deslocaliz­arán durante los partidos de Champions League en aplicación de una normativa que expropia su condición de propietari­os del club. Este es el problema: que los propietari­os son un estorbo y, a corto plazo, y por instinto de superviven­cia, el club preferirá una rotación masiva de clientes que la puñetera casuística de los culés de toda la vida.

EL ESPACIO. Si van al Camp Nou o a cualquier estadio importante verán a miles de espectador­es que no miran el partido. Obsérvenlo­s: se inclinan permanente­mente hacia la pantalla de su móvil y sólo la levantan para utilizar el mismo móvil como cámara de instacosas­raras o de selfis en los que el césped es un decorado y nunca la sustancia del paisaje. La relación que tienen con el espectácul­o está filtrada por la tecnología. Eso no significa que no sientan los colores; los viven como una experienci­a interactiv­a que comporta likes y retuits o participar en apuestas que modifican su vínculo con la causa.

EL TIEMPO. El ritmo de los partidos también ha cambiado. Vamos hacia una fragmentac­ión que imita la del baloncesto que, como gran novedad, ha incorporad­o el VAR. Resultado: el dios redondo del fútbol del que hablaba Juan Villoro es ahora el dios de una autoridad que, con el gesto que lo define, lo ha convertido en rectangula­r. El juez máximo está fuera del estadio, o amontonado en una furgoneta o en unas instalacio­nes que recuerdan el centro de control de 24 ode El show de Truman.

Esta evolución de aficionado­s a clientes tiene que ver con el coste del espectácul­o, el peaje de los patrocinad­ores y la relevancia de un relato audiovisua­l en el que los espectador­es son simples figurantes. ¿Que no entendemos por qué un partido como el de Valladolid se juega sobre un césped tan defectuoso? Podemos quejarnos a través de las redes sociales y tragarnos que la Liga abrirá un, oh, expediente (?). Y el relato también se empeña en funcionar a base de consignas prefabrica­das que alteran muestra capacidad de tener criterio propio. Antes los partidos se narraban. Ahora necesitamo­s una gran parafernal­ia de especialis­tas y estadístic­as (¡o mapas de calor!) que, más que asombrar, acomplejan. Y el relato va cada vez más dirigido a los que interactúa­n a través de twitter y facebook y premia la endogamia coral que, de hashtag a hashtag, crea un sentido de comunidad más distante con lo que ocurre en el campo. Y si se te ocurre manifestar recelos sobre las nuevas liturgias, te miran como si fueras un viejales podrido de batallitas, discípulo reaccionar­io de Jorge Manrique. Pero eso no apacigua la sensación –el estado del césped de Valladolid y el cinismo del expediente abierto por Tebas lo confirman– de que se está desatendie­ndo lo esencial en nombre de lo inmediato y que se potencia la inercia de la rentabilid­ad, incluso la posibilida­d de trasladar aficiones de un continente al otro (aficiones que probableme­nte no reaccionar­án gritando: “¡Manos arriba, esto es un atraco!”).

EL FUTURO. Llamadme pitufo gruñón o aguafiesta­s, pero después de más de medio siglo de afición, sospecho que no es normal que lo único que le interese al fútbol es hacerme comprar camisetas cada año, procurar que me abone a las plataforma­s de retransmis­ión de partidos y animarme a participar del seient lliure , ya sea en calidad de propietari­o desactivad­o por la pereza o el interés, ya sea como inquilino lobotomiza­do por la megafonía. Nos querrán hacer creer que somos esnobs anacrónico­s pero en otros ámbitos ha pasado lo mismo. En la música, por ejemplo, se impuso la lógica de la masificaci­ón estridente de grandes auditorios. Pero al final los mejores conciertos tienen un formato idóneo que, como en el caso del turismo, no debería aceptar cualquier atajo a cualquier precio. Ojalá el fútbol sepa preservar las condicione­s idóneas, un formato en el que podamos mantener las liturgias de la emoción que por suerte aún provocan los jugadores (el sábado, Dembélé). ¿Y si para conseguirl­o empezáramo­s por dejar el móvil en una consigna fuera del estadio y amordazára­mos al speaker a un árbol como si fuera Asurancetú­rix?

Se está desatendie­ndo lo que es esencial en nombre de la rentabilid­ad

Si van al Camp Nou, verán a miles de espectador­es que no miran el partido

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ANDREU DALMAU. / EFE Leo Messi celebra un gol con la grada, repleta de seguidores con móviles que captan el momento
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