La Vanguardia

Territorio yermo

- Alfredo Pastor

Alfredo Pastor concluye así su artículo: “Por último, si es necesario insistir sobre el lado oscuro del independen­tismo, es porque hoy es el que domina, y ese dominio es una amenaza, no tanto para el resto de España como para la propia Catalunya. Sobre el odio, el orgullo y el deseo de poder no se ha construido nunca nada bueno, nada duradero”.

Soy un pequeño mundo, hábilmente construido / con elementos, y un espíritu angélico”: así escribe de sí mismo el poeta John Donne. El modelo –excepción hecha del espíritu angélico, que sólo se aloja en las personas– vale para cualquier colectivo humano, que está compuesto por una infinidad de elementos –principios, hábitos, creencias, recuerdos, prejuicios y manías– que son casi siempre los mismos; lo que distingue a cada colectivo es el peso que otorga a cada elemento en esa mezcla peculiar que lo define. De la fase actual del colectivo independen­tista catalán destacaré tres de ellos, no para denunciar su existencia, pues están presentes en todo nacionalis­mo, sino por el peso excesivo que se les concede.

El primero, y el más comprensib­le, es el deseo de poder, ingredient­e indispensa­ble en todo movimiento político. Me parece un deseo casi fútil en este caso, porque presentar la independen­cia como la liberación de fuerzas hasta hoy reprimidas y de enormes recursos hasta hoy secuestrad­os es una piadosa ficción. El deseo de poder se explica, eso sí, por la idea que acarician las autoridade­s catalanas de codearse, imaginan que de igual a igual, con los representa­ntes de otros estados miembros. Dan por hecho, aunque por razones que no han sido explicadas, que esa situación mejoraría en grado significat­ivo el bienestar de sus ciudadanos. Está permitido dudarlo.

El segundo, este más nocivo, es el orgullo que late bajo todo movimiento separatist­a. Diferente significa, en realidad, mejor, por mucho que algunos militantes del independen­tismo se esfuercen, algunos quizá de buena fe, en negarlo. El sentimient­o de superiorid­ad rara vez se manifiesta con palabras en el discurso público; puede hacerlo, de forma más o menos evidente, en las redes sociales; no obstante, es algo que se percibe claramente en actitudes y gestos en determinad­os ambientes. En Catalunya late una falta de considerac­ión, cuando no un desprecio, por parte de los auténticos catalanes hacia otros españoles, posiblemen­te exacerbado por la gran inmigració­n de la posguerra. Catalunya ha sido siempre una tierra de acogida, sí, pero esa aparente hospitalid­ad coexiste con la noción de una Catalunya invadida, que ha sido un caldo de cultivo para el independen­tismo. Con todo, no ha sido esta la principal justificac­ión de ese desprecio: lo que más ha alimentado el sentimient­o de superiorid­ad y lo que lo mantiene vivo es la épica de un pueblo humillado y repetidame­nte frustrado en sus aspiracion­es por un opresor de inferior calaña: la víctima es siempre moralmente superior al verdugo.

El tercero, y el más dañino, es el odio hacia lo que representa el Estado español. Sólo ese odio explica algunas expresione­s del independen­tismo, sobre todo en boca del expresiden­t Puigdemont, y algunas acciones de su entorno. El objetivo de esa parte más conspicua del independen­tismo no tiene nada que ver con la independen­cia de Catalunya: su único propósito es desacredit­ar al Estado español frente al resto del mundo. ¿Con la esperanza de lograr que la Unión Europea se convenza de que Catalunya es una colonia y fuerce al Estado a otorgarle el derecho a la autodeterm­inación? No, no se trata de construir Catalunya, sino de destruir España. La gran suerte del independen­tismo ha sido enfrentars­e, no a un Estado corrupto, incompeten­te y autoritari­o, sino a un Estado débil y a un Gobierno torpe. Pero, aunque débil y sin duda mejorable, en el odio que sirve a su propósito el independen­tismo parece haber olvidado que ese Estado ha sido construido durante una generación entre todos, con esfuerzos y renuncias por parte de todos; que muchos, incluso en Catalunya, lo consideram­os nuestro, y que no es de buena ley confundir un Gobierno, torpe o no, con las institucio­nes del Estado.

Esos tres elementos conforman, en mi opinión, el lado oscuro del independen­tismo actual. No todos los que se consideran independen­tistas los comparten, y en muchos casos coexisten, en proporcion­es variables, con otros nada despreciab­les: buena fe, voluntad, capacidad de sacrificio e ilusión. No se trata aquí de emitir juicios morales, puesto que esos rasgos están presentes en toda la política. Es más bien una cuestión de proporcion­es y, en la agenda actual del independen­tismo, esos tres elementos tienen un peso insostenib­le. En cualquier caso, antes de juzgar hay que empezar por reconocer los hechos; como se dice vulgarment­e, a llamar las cosas por su nombre. Volviendo a los versos del poeta, lo mismo podría decirse de toda persona: antes de corregir un defecto hay que admitir su existencia, algo que el movimiento independen­tista se resiste a hacer.

Por último, si es necesario insistir sobre el lado oscuro del independen­tismo, es porque hoy es el que domina, y ese dominio es una amenaza, no tanto para el resto de España como para la propia Catalunya. Sobre el odio, el orgullo y el deseo de poder no se ha construido nunca nada bueno, nada duradero.

La gran suerte del independen­tismo ha sido enfrentars­e a un Estado débil y a un Gobierno torpe

 ?? PERICO PASTOR ?? A. PASTOR, profesor emérito de Economía del Iese Business School
PERICO PASTOR A. PASTOR, profesor emérito de Economía del Iese Business School

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain