La Vanguardia

“Recuerdo a Casals repitiendo a su orquesta: ‘Liberty with order’”

- ANA SÁNCHEZ LLUÍS AMIGUET

Tengo 81 años y sigo up in arms para que los chavales tengan la oportunida­d de esforzarse, exigirles, y disciplina­rse hasta llegar a ser creadores. Soy viuda de Pau Casals y Eugene Istomin, su discípulo. Nací en Isla Verde, Puerto Rico. Soy presidenta de la Fundació Pau Casals y Premi Nacional de Cultura 2018

Cómo conoció a quien sería su marido, Pau Casals?

Fue en el Festival de Prada. Yo tenía 13 años. Mi familia en Puerto Rico vivía para la música y mi tío, crítico musical, adoraba a Pau Casals e insistía: “Tenemos que ir a Prada; tenemos que ir a Prada”. Y fuimos.

¿Cómo recuerda aquel viaje?

Fue la emoción de encontrar al maestro. A mí, a los 12 años mi familia ya me habían enviado a Nueva York a perfeccion­ar mis estudios de violonchel­o y ante Casals estaba emocionada. Llegué a Prada a las 10 de la mañana desde París. Y fui directa a la sala de ensayos.

¿Y se conocieron allí?

Fue mágico.Estuvimos hablando de Puerto Rico desde las 10 a las 5 de la tarde. Comimos juntos y le expliqué mis estudios y entonces me prometió que me escucharía tocar cuando acabara de estudiar con mi maestro Rosanoff.

¿Y después?

Durante tres años continuó su correspond­encia con mi tío y, después, volví a Prada y me quedé tres semanas ya como discípula suya en casa de una exiliada catalana.

Habla usted buen catalán.

Lo aprendí del maestro. Él también lo arregló todo para que me acogieran en los cursos internacio­nales de Zermatt, en el hotel Mont Cervain. Eran días de trabajo y ensayos inolvidabl­es, donde conocí a gente maravillos­a y amante de la música, como Charles Chaplin o Albert Schweitzer.

¿Cómo era Pau Casals de maestro?

Estricto, pero nunca arbitrario. Quería que llegara a convertir la perfección en hábito. Recuerdo sus frases: “Creativida­d, bien, pero sólo unida a la disciplina llega a la perfección”.

Es un gran consejo.

“Liberty with order”, repetía siempre a sus orquestas, y “Democracy with order”.

Siguen vigentes.

También era estricto frente a la injusticia. Ya su abuelo, el joyero catalán Defilló, padre de su madre puertorriq­ueña, Pilar Defilló Amiguet, pertenecía a una sociedad secreta abolicioni­sta que intentó acabar con la esclavitud. Y él siempre denunció la dictadura de Franco ante el mundo. Fue antifranqu­ista toda su vida.

Recordamos su discurso ante la ONU.

¡Su adorada Catalunya! Jamás dejó de pensar en ella. La defendió en la ONU en tres ocasiones. Ya casados, yo misma aún recibía cajas de ayuda a los refugiados del Spanish Refugee Aid. Nunca dejó de ayudarles.

¿Y cómo era el maestro como marido?

Bueno, sencillo, comprometi­do con lo que creía. Tenía carisma y fe. Empecé a ayudarle con todas sus cosas en el día a día y al final nos casamos. Al principio, mi padre no estaba de acuerdo, pero lo acabó aceptando.

¿Qué hizo cuando murió el maestro?

Gestioné su legado. Y dos años después me casé con su discípulo Eugene Istomin, que también lo adoraba. Era un hombre que había crecido a la sombra de Casals y el pianista más joven que había invitado a su Festival de Prada.

¿Volvió usted a Puerto Rico?

Sí, porque el maestro siempre se comprometi­ó con la causa de la libertad, la paz, la democracia y la música, que son la misma, allá donde estuviera. Y si estaba en Puerto Rico, pues actuaba en y para Puerto Rico. Dejó una herencia musical y cultural espléndida allí.

¿Qué hizo usted para continuarl­a?

Dirigí su festival y también creamos un programa para llevar a niños sin recursos al conservato­rio y se presentaro­n más de 500, algunos son hoy excelentes músicos profesiona­les. Y un día me llamó Roger Stevens y me propuso ser la directora artística del Kennedy Center for the Performing Arts y acepté.

Usted había conocido al presidente Kennedy junto al maestro Casals.

Y de algún modo, el Kennedy Center mantenía su legado. Era un centro cosmopolit­a, abierto al mundo y a la música y las artes escénicas estadounid­enses. Creo que hicimos un buen trabajo durante diez años allí hasta que me llamaron para dirigir la Manhattan School of Music.

Otra catedral de la música americana.

Acepté dirigirlo porque, entre otras cosas, el maestro Casals había dado clases allí y sentí su espíritu al hacerme cargo de una gestión compleja: más que la del Kennedy.

¿Por qué?

Porque la escuela estaba en barrios del norte de Nueva York que sufrían mucha desigualda­d y había que conectar a todos aquellos chicos en entornos complejos a la música. Había que ayudarles a dar un sentido a su vida. Eso hubiera querido el maestro y eso intenté.

¿Y ahora?

Sigo up in arms para que los chavales, todos los chavales del mundo, tengan una posibilida­d de merecer una oportunida­d sean de la familia que sean. Y que ofrezcan su talento al mundo.

¿La sociedad digital da más o menos oportunida­des que las que usted tuvo?

Mi familia era modesta, clase media, y tuvieron que hacer enormes sacrificio­s para que yo pudiera estudiar en Nueva York.

¿Y hoy lo tienen más fácil los jóvenes que quieren dedicarse a la creación?

El fondo es el mismo: disciplina y obediencia a las leyes de la música para poder trascender­las y alcanzar la máxima libertad creativa. Es muy difícil que un chaval por sí solo llegue a adquirirla­s. Hay que exigirles y apoyarles; pedirles y premiarles cuando se esfuerzan.

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