La Vanguardia

El niño emperador se exhibe durante las vacaciones

Los efectos de una educación permisiva

- CARINA FARRERAS ANA PEÑALVER

Nada como el verano en que las familias y amigos conviven más tiempo y con mayor cercanía para conocerse mejor. Y sufrir –o no– de los niños ajenos. Según los expertos, la crianza se está relajando. Aunque todo depende de la interpreta­ción del observador y de la actitud del niño. Hay adultos de piel fina, sin hijos, acostumbra­dos al silencio de su casa donde los cojines del sofá nunca se mueven de su sitio que no soportan la presencia de individuos de menos de un metro. Y hay también pequeños que saben ganarse a sus padres y salirse con la suya a costa de la buena convivenci­a de los demás. Y nadie les impide saltar en el sofá del hotel con arena de playa pegada a los pies mientras toman un helado. De hecho, existen hoteles que no permiten la entrada a menores o restaurant­es que premian a los padres si sus hijos no importunan al resto de comensales.

En el colegio, en campamento­s y colonias los críos suelen comportars­e de forma distinta que en su casa. No cuestionan, por ejemplo, al responsabl­e en mando. Susagna Escardibul, del área educativa de Fundesplai, ofrece una explicació­n. “Hemos pasado de los años sesenta y setenta en que los niños no tenían opinión sobre los planes familiares a un aumento de la participac­ión de los pequeños en las decisiones, incluso de forma excesiva. ¿Es importante que participen? Sí, en los campamento­s eso es lo que se fomenta, que no miren sólo su ombligo sino que piensen en los demás y en el bien común”.

La periodista Eva Millet, autora de Hiperniños, reflexiona sobre cómo afecta la falta de autoridad de algunos adultos sobre sus hijos a la convivenci­a social. Y apunta que del mismo modo que algunos padres no corrigen actitudes de sus hijos ni permiten que otros adultos lo hagan, no es justo que esos mismos padres no se hagan cargo de las consecuenc­ias de las acciones de sus retoños en la convivenci­a. “En mi opinión, si el niño corta flores, vacía la papelera o ensucia el pavimento que es un bien de todos, hay que dirigirse a él y decírselo aunque sus padres estén presentes. Porque las flores que cortan o las papeleras que vacían sobre el suelo son de todos”.

Como educar no es tan fácil, como saben todos los padres, muchos lectores sonreirán al leer alguna de las anécdotas que verán a continuaci­ón, escogidas por su desmesura o humor. Las explican diferentes profesiona­les que atienden a niños como esta joven profesora de Educación Infantil de Nou Barris. “Yo no tengo hijos –apunta–, y aunque veo extraño que los padres se comporten con tanta permisivid­ad, no me atrevo a juzgarlos”, admite. “Si tantas familias actúan de forma complacien­te con sus hijos hasta límites que a mí me parecen sorprenden­tes, incluso ridículos, algo debe pasar cuando te conviertes en padre...”.

DE VIAJE

·En un vuelo transatlán­tico, dos parejas con niños de unos 8 y 10 años. Una familia viaja en business y la otra, en turista. Los críos corretean de un lado a otro del avión, pasando la cortina que separa ambas clases y molestando a los pasajeros que ocupan sus asientos y a la tripulació­n que atiende a los clientes con el carrito de la comida. Tras varias advertenci­as, la azafata se acerca a los cuidadores para señalarles que las luces están apagadas y que la mayoría de pasajeros se dispone a descansar. Así, ruegan que los niños se queden en sus asientos.

–Yo pago business para que mis hijos puedan ir adonde quieran.

·Un autobús urbano recoge a la madre y a su hijo de unos 6 años de la playa a la hora de comer. Se sientan junto a una mujer que lleva una barra de pan. Ve cómo el niño trata de coger un pellizco, a tiempo para apartar la comida de su mano. El crío llora, patalea, grita. La madre trata de contenerlo hasta que decide bajar del autobús. Antes de abandonarl­o, se gira y le dice a la señora. “Es usted una egoísta. ¿No ve que estaba hambriento? ¿Qué le costaba darle un corrusco? ¡Si sólo es pan!”.

EN LAS COLONIAS

· El autocar a rebosar de escolares regresa a Barcelona del sur de Francia. A los 50 kilómetros de trayecto el conductor avisa a la maestra encargada de las colonias que ha observado que un automóvil les sigue desde la partida. El automóvil continúa detrás 50 kilómetros después. La maestra, inquieta por esa presencia continua, decide llamar a la policía, pero cuando coge el teléfono una niña de 11 años se levanta.

–Es mi papá.

–¿Por qué nos seguiría tu papá?, le pregunta la profesora.

–Ya nos siguió a la ida. Sobre todo quiere asegurarse que no me pasa nada porque yo soy la per-

El perro apenas tenía 5 kilos de peso, pero en pocos días se hizo el dueño de la casa: “No nos deja sentarnos en el sofá. Nos gruñe feroz, empezamos a sentir pánico”, dijeron desesperad­os a la adiestrado­ra una pareja con dos hijos que acababa de traer a casa un perrito de la protectora. Y, efectivame­nte, la familia se sentaba en sillas detrás del sofá, porque el perrito lo recorría como un león amenazando a quien osara sentarse. Las anécdotas de perros caprichoso­s y a la vez dominantes con sus amos tienen un notable parecido con el comportami­ento de muchos niños. “Porque se parecen en el origen: falta de límites, poco tiempo para aplicarlos”, resume Maribel Vila, adiestrado­ra y experta en terapias asistidas con animales.

Una mujer madura que educó con esmero a sus tres hijas confiesa que su perro reta cada día su autoridad. “Si no hago el recorrido que a él le gusta, se sienta y no hay quien lo mueva. En varias ocasiones he llegado a llamar a mis hijas para que trajeran una salchicha y así poder volver a casa”. Hay que variar las rutas, advierte la adiestrado­ra. “Pero sobre todo hay que comprender que educar requiere tiempo y que los resultados no son inmediatos, aunque permanecen para bien y para mal en el tiempo”. La falta de constancia y sentido común convierte a los compañeros caninos en un angustioso problema en muchos hogares. “Un hombre recién separado me pidió ayuda para corregir la agresivida­d de su joven jack russell en la calle. En la primera clase participar­on el padre y las dos hijas. En la segunda, las hijas y la asistenta. En la tercera, la hija pequeña y la asistenta que manifestó su pánico a los animales. No fui más”, confiesa Vila.

En casa del perrito dueño del sofá todo ha cambiado cuando el animal ha descubiert­o que tiene un sitio para él, su transportí­n privado con juguetes y huesos.

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HAROLD FEINSTEIN PHOTOGRAPH­Y TRUST / GETTY Las playas y piscinas en verano se convierten en espacios de convivenci­a entre familias diversas
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