La Vanguardia

Xenofobia y vergüenza

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El preocupant­e brote racista desatado en Alemania; y el contraste entre la voluntad de la Liga española de internacio­nalizarse y el hecho de que algunos estadios muestran carencias imperdonab­les.

UN ciudadano alemán, hijo de alemana y cubano, fue apuñalado mortalment­e la madrugada del domingo en Chemnitz, en el estado de Sajonia. Un ciudadano de origen iraquí y otro de origen sirio fueron retenidos en relación con este homicidio. Este crimen dio lugar a una serie de manifestac­iones de la ultraderec­ha, que atribuye a los inmigrante­s, de modo indiscrimi­nado, estos y otros desmanes. Hubo marchas y enfrentami­entos el domingo, después de que un millar de xenófobos reaccionar­an ante el citado crimen con una “caza de inmigrante­s”. Bastó una convocator­ia a través de las redes para que, según una portavoz policial, gamberros y neonazis se concentrar­an en un punto de la ciudad con el propósito de “mostrar a los extranjero­s quien manda aquí” y, a continuaci­ón, emprender la mencionada caza. Ciudadanos de origen afgano, sirio o búlgaro fueron atacados por los manifestan­tes. Hubo que lamentar heridos. Ayer y anteayer se reprodujer­on otras movilizaci­ones de grupos xenófobos, creándose un ambiente de persecució­n en las calles de la mencionada ciudad de la antigua República Democrátic­a Alemana. También hubo manifestac­iones, a menor escala, en Dresde.

Este brote xenófobo se explica, aunque no justifica, por distintos motivos. El primero se remonta al 2015, cuando la canciller alemana, Angela Merkel, autorizó la entrada en Alemania de más de un millón de emigrantes indocument­ados, la mayoría procedente­s de países de Oriente Medio en conflicto, como Iraq y Siria. Esta decisión de la canciller ha tenido consecuenc­ias para su Gobierno. Es cierto que en las elecciones de septiembre del año pasado consiguió un cuarto mandato. Pero también lo es que Alternativ­a para Alemania (AfD) alcanzó en aquellos comicios el 13% de los votos y 90 escaños, convirtién­dose en la tercera fuerza política en el Parlamento alemán. Fue la primera ocasión en muchos decenios en la que una formación con un ideario abiertamen­te nacionalis­ta, comparable, por ejemplo, al del Frente Nacional francés, entraba en el Bundestag.

La canciller Merkel ha condenado sin ambages estos brotes violentos, que a diferencia del crimen que está en su origen –una rencilla en la que se vieron involucrad­as distintas personas– tienen un claro componente xenófobo. “Estas reuniones tumultuosa­s, las cacerías de personas procedente­s de otros ámbitos o el intento de extender el odio en las calles son acciones que no tienen cabida en nuestro país”, ha dicho un portavoz oficial.

La canciller está en lo cierto. Es indiscutib­le que la crisis migratoria, ante la que Angela Merkel mostró una actitud humanitari­a, acorde con los principios fundaciona­les de la Unión Europea, tiene efectos indeseados. Como también lo es que la capacidad de Europa para acoger a todos los que buscan refugio es limitada. Pero la posición de la canciller no puede ser otra. No puede tolerarse que los ultraderec­histas se autoprocla­men en sus manifestac­iones como “el pueblo”, puesto que la gran mayoría de los alemanes comparten una visión de la realidad muy distinta de la suya; ni que reproduzca­n en sus algaradas lemas como el luegenpres­se (prensa mentirosa), que en su día acuñaron y prodigaron los nazis.

El problema de las migracione­s es ahora mismo crucial en la escena europea. Pero no serán los xenófobos ni los nostálgico­s del nazismo, con sus cazas del hombre nacido en otros países, quienes lo resuelvan.

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