La Vanguardia

El arte de lo posible

- Lluís Foix

Lluís Foix escribe: “En estos tiempos de cambios acelerados y de pérdida de control se necesita menos ardor mesiánico, menos salvadores de la patria, más políticos realistas que estén al servicio de los ciudadanos y no se sirvan de ellos para ocupar o mantener el poder y después seguir con sus románticas ideas que no están en la realidad sino en sus mentes”.

El senador McCain era un internacio­nalista y un defensor de las normas y las institucio­nes establecid­as en la posguerra que situaron a Estados Unidos al frente del mundo democrátic­o y liberal. Su deseo explícito en vida era que Donald Trump no acudiera a su funeral al que sí asistirán George W. Bush y Barack Obama.

Los obituarios sobre McCain y los mensajes de pésame de muchos líderes internacio­nales parecían más un reproche al crecimient­o de los populismos, los autoritari­smos y los liderazgos fuertes que representa Trump que a la decencia y las conviccion­es morales del exsenador por Arizona que fue candidato sin éxito a la Casa Blanca en dos ocasiones.

Los perdedores no tienen que ser necesariam­ente los derrotados. La razón no está siempre al lado del más fuerte o del que más grita sino del que mejor entiende la complejida­d de la situación que le ha tocado vivir. En su apunte sobre La peste de Albert Camus, Tony Judt resalta la insistenci­a del autor en situar la responsabi­lidad moral individual en el fondo de todas las acciones públicas que trasciende­n un tanto bruscament­e los confortabl­es hábitos de nuestra época.

Camus, sigue Judt, era un moralista que distinguía sin vacilar el bien del mal pero que se abstenía de condenar la flaqueza humana. Los populismos en alza son categórico­s y sin apreciar los matices, las zonas grises, que personajes que sufrieron por sus ideas como Primo Levi o Václav Havel expresaron después de haber superado años de dramática privación de libertades. En situacione­s extremas, como pueden ser un campo de exterminio nazi o la cárcel en la Checoslova­quia de los años setenta del siglo pasado, se comprende mejor que, en situacione­s extremas, difícilmen­te se van a encontrar con simples y reconforta­ntes categorías de bueno o malo, culpable o inocente.

En la política de los países democrátic­os se esfuman las zonas grises y aparecen desafiante­s las categorías de buenos y malos que libran una batalla a campo abierto, no para combatir los argumentos del adversario sino para ridiculiza­r o destrozar su persona. Los instrument­os para reforzar las intransige­ncias sociales, políticas y culturales nunca habían sido tan accesibles. Se pueden utilizar desde el ámbito académico hasta los escondites del anonimato y los seudónimos, desde la propaganda urdida en países o empresas desconocid­as.

La responsabi­lidad individual se diluye en el grupo, en el pueblo, en la nación o en el Estado. El valor de la libertad pierde mucha fuerza si no va acompañado de la responsabi­lidad y también de un acuerdo sobre lo que es verdadero y lo que es falso.

En estos tiempos de cambios acelerados y de pérdida de control se necesita menos ardor mesiánico, menos salvadores de la patria, más políticos realistas que estén al servicio de los ciudadanos y no se sirvan de ellos para ocupar o mantener el poder y después seguir con sus románticas ideas que no están en la realidad sino en sus mentes.

El fenómeno no es nuevo y la historia nos ofrece una variedad de precedente­s. El desprecio a la verdad y el recurrir a la mentira y a la propaganda se dan cuando el poder deriva hacia el autoritari­smo. Lo que ocurre en Catalunya, por ejemplo, lo estamos viendo también en el conjunto de España, en Gran Bretaña, Estados Unidos, Italia y Alemania. Están desapareci­endo las zonas grises a favor de retóricas maximalist­as y únicas.

El hecho es que tenemos un Parlamento en el que no se debatirá hasta el primero de octubre porque el independen­tismo no quiere que la acción inexistent­e del Gobierno pueda ser discutida en la Cámara. Y cuando las discrepanc­ias políticas no se dirimen en el Parlamento que representa todas las sensibilid­ades de la sociedad, saltan a la calle donde cada día aparecen nuevas fricciones entre posiciones que no quieren ponerse de acuerdo porque no hay voluntad de gobernar sino de alcanzar y retener el poder al margen de lo que pueda defender la mitad aproximada de la sociedad catalana, que si se ha caracteriz­ado por algo en los últimos cuarenta años es precisamen­te por su pluralidad y su manera diversa de entender la gestión de los asuntos públicos. Todas las elecciones, también en estos tiempos en blanco y negro, así lo confirman.

El viejo orden liberal que representa­ba el senador McCain está en retirada. En su lugar aparecen soluciones de corte autoritari­o que niegan el respeto que merecen todas las personas aunque se discrepe de sus ideas. Volviendo a Camus, “el único modo de luchar contra la peste es la decencia”, que está bien lejos del engaño y de la irresponsa­bilidad personal.

El viejo orden liberal es sustituido por soluciones autoritari­as que niegan el respeto a los discrepant­es

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MANDEL NGAN / AFP

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