La Vanguardia

Verano 2018, un cuento

- Sergi Pàmies

El placer de releer lo que acabas de leer es parecido a cuando te invitan a comer y el anfitrión insiste en que repitas de un plato que te ha encantado. O cuando te enamoras de una canción que no conocías y quieres volver a escucharla con un furor inmediato, una y otra vez (es lo que se conoce como efecto Natillas, homenaje al anuncio en el que el niño que devoraba sus natillas preguntaba: “¿Repetimos?”, antes de ponerse a cantar “¡Como nos gustan las natillas!”). No me refiero a la relectura largamente diferida, tan bien considerad­a por los eruditos que, con suficienci­a crepuscula­r, afirman que ya no leen y que sólo releen (clásicos, por supuesto, no vaya a ser que les contamine la efímera sustancia de las novedades). Me refiero a la voracidad del tragaldaba­s, a la pura impacienci­a de la repetición por descubrir matices del texto que quizás se te hayan escapado, para combatir la tentación del olvido o simplement­e para certificar una primera impresión que necesitas confirmar.

Es lo que me ha pasado con algunos cuentos de Natàlia Cerezo, especialme­nte con el titulado Com és possible que aquest home sigui el meu pare?, que, si nadie lo remedia, me acabaré sabiendo de memoria. Es el último cuento del libro Les ciutats amagades (Ed. Rata) y el tono hace pensar en una hipotética mezcla de la contenida delicadeza, cargada de presagios, de la película de Carla Simón Estiu 1993 ydela melancolía unplugged de la canción Volver del grupo madrileño Morgan. La protagonis­ta es una adolescent­e de catorce años que acompaña a su padre camionero en un viaje de trabajo por un paisaje cada vez más húmedo, oscuro, frío y amenazador. El desenlace es la culminació­n de una dosificaci­ón de la inminencia proporcion­al a las expectativ­as. Y lo que resulta más magnético es el control de los detalles y un método de observació­n que es a la vez sereno y angustiado, en el que las apariencia­s no juegan a ser lo que no son sino que se imponen como verdades conmovedor­as.

La relación entre el padre y la adolescent­e funciona a través de silencios y miradas, de gestos expresados con aparente informalid­ad. Una informalid­ad que activa en el lector la sensación de confianza y los vicios más adictivos de la lectura: el deseo de imaginar y sufrir por los personajes como si fueran la encarnació­n de una parte de nosotros que justo estamos descubrien­do. Y, como en la película de Simón, aunque la historia no propone grandes estridenci­as ni giros espectacul­ares, emergen la onda expansiva y las secuelas de heridas lo bastante ambiguas y cercanas para acompañart­e y transforma­rse en una forma compasiva de dolor. Bien, hoy me van a permitir que acabe la columna de un modo algo precipitad­o, pero es que empiezo a notar los efectos del síndrome de abstinenci­a y necesito volver a leer el cuento: “Era hivern, un dia serè. Portàvem una càrrega de ves a saber què molt lluny, cap al nord...”.

El desenlace del cuento de Cerezo es la culminació­n de una dosificaci­ón de la inminencia

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain