La Vanguardia

Régimen inicuo

- Restos exhumados esta semana en una fosa de Paterna de fusilados

Carles Mundó recuerda uno de los episodios más crueles de la dictadura de Franco: “El president Companys fue capturado en la Francia ocupada por los nazis y entregado por la Gestapo a las autoridade­s franquista­s españolas. El día antes de su fusilamien­to se celebró un juicio sumarísimo que apenas duró una hora, se dictó la sentencia inmediatam­ente y acto seguido fue ejecutado”.

Cuarenta y tres años después de la muerte del dictador Francisco Franco, el Gobierno español se propone enterrarlo definitiva­mente. Ha aprobado un decreto ley para exhumar sus restos del Valle de los Caídos y, más allá de críticas por la forma, nadie con un mínimo de sensibilid­ad democrátic­a se atreve a defender que los restos de quien se alzó militarmen­te en 1936 sigan reposando en un mausoleo, patrimonio del Estado, para honorar al Caudillo. Esto sería inimaginab­le en Alemania y en Italia, donde se desconoce en qué lugar están sepultados los restos de Hitler y Mussolini.

Han tenido que pasar cuatro décadas para que un gobierno socialista se atreviera a dar ese paso, que nunca dio ni Felipe González ni José Luis Rodríguez Zapatero. El frágil apoyo parlamenta­rio de Pedro Sánchez explica que, a falta de resultados tangibles, se dedique a sustentar su acción política en cuestiones de fuerte carga simbólica para acentuar perfil ideológico. Sacar los restos de Franco del Valle de los Caídos le permite, por un lado, arrinconar al Partido Popular y a Ciudadanos a la derecha y, por otro, recuperar la bandera de la memoria histórica, en manos de Podemos.

Enterrar a Franco no se consigue solamente con cambiarlo de tumba. Desde hace muchos años, se reclama en el Congreso que se haga aquello que ha sido norma en países democrátic­os donde antes ha habido regímenes totalitari­os. Este fue el caso de Alemania, que en la década de los noventa declaró nulas las sentencias dictadas por determinad­os tribunales por ser contrarias a los principios propios de un Estado de derecho.

La ley de Memoria Histórica aprobada en el 2007 en el Congreso –con el voto en contra de PP y ERC por razones opuestas– no anuló las sentencias injustas. Se limitó a hacer una declaració­n simbólica para las víctimas de condenas ilegítimas producidas por razones políticas, ideológica­s o de creencia religiosa durante la Guerra Civil y la dictadura. Pero no es lo mismo ilegítimo que ilegal. A ojos del sistema jurídico, en la medida en que las sentencias dictadas no se declaran nulas, y por tanto ilegales, se está reconocien­do formalment­e la vigencia de sus efectos.

En julio del 2017, el Parlament de Catalunya, con el voto de todos los grupos, aprobó la ley de Reparación Jurídica de las víctimas del franquismo, que declaró la nulidad de más de 66.000 sentencias dictadas en juicios sumarísimo­s y consejos de guerra celebrados por los tribunales que actuaban en Catalunya entre 1938 y 1978. Pero esto no exime al Estado español de la responsabi­lidad histórica de anular las sentencias injustas dictadas por los tribunales españoles.

Enterrar definitiva­mente el franquismo exige también reparar la memoria de sus víctimas. Desde hace años, Esquerra Republican­a, de la mano del diputado Joan Tardà, y otros grupos parlamenta­rios han presentado iniciativa­s para que se anularan las decenas de miles de sentencias penales del franquismo, dictadas en consejos de guerra y otros procedimie­ntos faltados de las más elementale­s garantías procesales, que tenían por objeto la persecució­n de las libertades.

Todas las sentencias son igual de importante­s, pero algunas son emblemátic­as por su significad­o político. Destacan la que el 9 de abril de 1938 decretó el fusilamien­to de Manuel Carrasco i Formiguera, quien fue presidente de Unió Democràtic­a de Catalunya, y la sentencia que condenó a muerte a Lluís Companys, president de la Generalita­t, el día 15 de octubre de 1940.

El president Companys fue capturado en la Francia ocupada por los nazis y entregado por la Gestapo a las autoridade­s franquista­s españolas. El día antes de su fusilamien­to se celebró un juicio sumarísimo que apenas duró una hora, se dictó la sentencia inmediatam­ente y acto seguido fue ejecutado.

En 1970, el Estado alemán indemnizó a la viuda de Lluís Companys por su implicació­n en la deportació­n. En 1990, cuando se cumplían 50 años del fusilamien­to, tanto el canciller Helmut Kohl como el presidente François Mitterrand pidieron disculpas formales a la Generalita­t de Catalunya por la actuación de Alemania y Francia. Obviamente, cuando Kohl y Mitterrand se disculpaba­n no se sentían herederos del nazismo ni del régimen de Vichy. Representa­ban a sus estados y querían reparar el daño que otros, de forma ilegal y autoritari­a, habían generado con su actuación. Y en el 2008, la cónsul alemana en Barcelona reiteró las disculpas y pidió perdón: los alemanes aceptamos nuestra culpa y queremos aprender de nuestra historia, dijo.

Ahora, con la anulación de los juicios políticos franquista­s, el Gobierno de Sánchez tiene la oportunida­d de enterrar definitiva­mente a Franco. La recuperaci­ón de la memoria histórica, el recuerdo a todas las víctimas y los actos de reparación son la mejor forma de pasar esta página negra de la historia de España. Enterrar a Franco fuera del Valle de los Caídos es una buena decisión, pero con esto no basta para enterrar el franquismo.

Sepultar al dictador fuera del Valle de los Caídos es una buena decisión, pero con esto no basta para enterrar el franquismo

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EMILIO MORENATTI / AP

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