La Vanguardia

¿Sólo el jueves? ¡Paella cada día!

- Antoni Puigverd

Nostálgico de la cocina parisina, un general de Napoleón está amargado: nada de lo que come en la península Ibérica le apetece. Pero en València prueba un arrosset y exige que le presenten a la cocinera. Entusiasma­do con el delicioso plato que acababa zamparse (pero tal vez también con la belleza de la chica), el general se propone emplearla como cocinera. La chica le sugiere un pacto: preparará un arroz diferente cada día, si él libera cada día un prisionero. El pacto se mantiene unas cien jornadas. Pero acaba abruptamen­te. No porque las recetas de la chica se hayan agotado, sino porque las autoridade­s francesas descubren que el apetito del general vacía las cárceles muy rápidament­e. Despojado de su cargo, el hombre va por las calles gritando con desesperac­ión “Pour... elle! Pour... elle!”. Podría ser, dice la leyenda, el origen del gran nombre: “pour elle, pu elle, paële...”. ¡Pa… ella!

Con mejor gracia que yo cuenta la leyenda el escritor Josep Piera, en su libro, a la vez enciclopéd­ico, literario y amenísimo sobre el arroz. El llibre daurat (Historia de la paella como nunca ha sido contada); Editorial Pòrtic. Hablé de esta obra días atrás y quisiera añadir un comentario más, para ir terminando agosto, no con las amargas divagacion­es sobre nuestras miserias colectivas, sino con los vivísimos sabores del arroz valenciano.

La leyenda, que todos los valenciano­s conocen y que el famoso chef Quique Dacosta también explica en Arroces contemporá­neos (Editorial Montagud), tiene base histórica. Al parecer, el mariscal Louis-Gabriel Suchet, marsellés, reconocido con el título de duque de la Albufera, honraba un viejo dicho valenciano: Als gavatxos els agraden els arrossos i les xicones d’ací. Sostiene Piera que, siendo marsellés, Suchet conocía sin duda la cocina del arroz: un cereal presente en los ranchos militares, en la cocina parisina y en los líquidos platos de pescado provenzale­s. Pero, a buen seguro, en ningún lugar, ni en el más sofisticad­o, habría probado, el mariscal, una cocción del arroz tan precisa como la valenciana. Cada grano, empapado con exactitud del caldo estrictame­nte necesario y aislado de los demás, conforma un conjunto tan alejado del puré pastoso como de la crudeza.

Ya en la edad media existen testimonio­s de la excepciona­l cocción valenciana, es decir, de la individual­ización de cada grano en el conjunto. El libro de Piera no se entromete en polémicas sobre los ingredient­es de la paella, aunque, sin pretenderl­o, cuestiona algunos tópicos puristas: descubre una receta con chorizo a mediados del siglo XIX, por ejemplo, o una crítica al socarraet del tiempo de Blasco Ibáñez. El arroz sólo debe cumplir esta antiquísim­a condición para ser bueno y valenciano (adjetivos sinónimos): la cocción. Si se cuece a la valenciana, cualquier ingredient­e será útil. Como sabía la cocinera del mariscal, hay tantas recetas de paella como días tiene el año. ¿Sólo el jueves? ¡Paella cada día!

La chica le sugiere un pacto: preparará un arroz diferente cada día, si él libera cada día un prisionero

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